Esta semana quiero ofreceros este anuncio de Aerolíneas Argentinas, emitido en diciembre de 2010, que me ha enviado Juan Adárvez, Profesor del Colegio ECOS. Tratándose de una compañía aérea, lo lógico sería esperar una “promesa” publicitaria centrada en la puntualidad, la comodidad o el servicio. Sin embargo, aquí el anunciante no ha querido incidir en los aspectos puramente racionales, y en su lugar apela a nuestra capacidad de soñar. El anuncio habla de una ilusión, de una esperanza; de creer o no creer que nuestros sueños pueden hacerse realidad...
El spot comienza en los alto de una azotea, donde el cielo está más cerca y es más fácil soñar. Aparece una sombra de un avión: ni siquiera la figura, ni siquiera el más tenue soporte de la realidad; solamente vemos el reflejo oscuro de algo que se mueve. Y ese algo estimula el deseo de los niños, que deciden guardarlo en una caja de latón, como si fuera el mejor tesoro del mundo.
Como en “El Principito”, los adultos se ríen de sus sueños, de lo que -con amor- esconden en la caja: “¿Qué puede haber en una caja vieja y sin sentido?”. Pero, para un alma inocente, el reflejo es tanto como la realidad, y el sueño tanto como la vida. Se trata de su avión. ¡El suyo! Y lo tienen bien custodiado en esa caja…
Su mente despega de la tierra, como si fuera un avión. Sueñan con los lugares adónde podrían viajar. Y así, hasta que un buen día llega el piloto de la nave y se presenta en el colegio. Realidad y ficción se unen por un momento. Y la lógica de los pequeños acaba por superar a la fría racionalidad de los adultos.
Por eso vuelven a la azotea –donde sus sueños aprendieron a volar- y enseñan a los adultos que siempre es posible creer, y amar, y soñar…
Ver para creer, eso dicen. Pero la capacidad de soñar que tiene un niño puede hacer que ame sin interés y que crea sin ver. ¡Cuánto podemos aprender de ellos!
Por eso os pido: No dejéis de soñar…
El spot comienza en los alto de una azotea, donde el cielo está más cerca y es más fácil soñar. Aparece una sombra de un avión: ni siquiera la figura, ni siquiera el más tenue soporte de la realidad; solamente vemos el reflejo oscuro de algo que se mueve. Y ese algo estimula el deseo de los niños, que deciden guardarlo en una caja de latón, como si fuera el mejor tesoro del mundo.
Como en “El Principito”, los adultos se ríen de sus sueños, de lo que -con amor- esconden en la caja: “¿Qué puede haber en una caja vieja y sin sentido?”. Pero, para un alma inocente, el reflejo es tanto como la realidad, y el sueño tanto como la vida. Se trata de su avión. ¡El suyo! Y lo tienen bien custodiado en esa caja…
Su mente despega de la tierra, como si fuera un avión. Sueñan con los lugares adónde podrían viajar. Y así, hasta que un buen día llega el piloto de la nave y se presenta en el colegio. Realidad y ficción se unen por un momento. Y la lógica de los pequeños acaba por superar a la fría racionalidad de los adultos.
Por eso vuelven a la azotea –donde sus sueños aprendieron a volar- y enseñan a los adultos que siempre es posible creer, y amar, y soñar…
Ver para creer, eso dicen. Pero la capacidad de soñar que tiene un niño puede hacer que ame sin interés y que crea sin ver. ¡Cuánto podemos aprender de ellos!
Por eso os pido: No dejéis de soñar…