Una música extraña irrumpe sobre un primer plano de flores vistosas. Esa música, poderosa e inquietante, anticipa una tragedia que en seguida vamos a ver: un árbol gigantesco ha caído sobre la calzada e interrumpe el tráfico de una populosa ciudad de la India. Se amontonan coches y carros, sin poder pasar. Muy pronto se desatan los nervios y surgen las primeras disputas. Los más pacíficos se limitan a dormir o a esperar, resignados a malgastar allí el día entero. Nadie puede hacer nada.
De repente, un niño baja del autobús escolar con su cartera a la espalda. Está diluviando a mares y el suelo está completamente embarrado, pero él no ve la lluvia, ni el barro, ni el inmenso tamaño del árbol. Sólo ve que interrumpe el paso del autobús en que viajan los niños, y que si no lo aparta, no podrán recibir sus clases. Así que deja su mochila en el suelo, y empapado como está, empuja con sus manitas sobre la corteza del árbol.
Todos los adultos observan asombrados, resguardados en sus casas o en sus coches. Son gentes de muy diversas culturas, razas y edades, pero todos coinciden en una cosa: no van a mover un músculo por una tarea que no les incumbe y que, además, es imposible. Algunos miran con curiosidad, otros con ironía o desdén, pero nadie le dice siquiera que lo deje. Y siguen mirando.
Sin palabras, el niño les está dando una gran lección. Les está diciendo: "Nunca quitéis el hombro en lo que afecta a todos, nunca os deis por vencidos, nunca permanezcáis pasivos, porque entre todo podremos".
El niño persiste en su empeño, aparentemente inútil. Pero entonces se opera el milagro. Porque el ejemplo es muy poderoso, y puede mover montañas. Otro joven, que está a su lado, tira el casco de la moto sobre el barro y se pone a empujar. Después viene otro, y otro, y otro. Ya son más de diez los niños que empujan. Y todos están inmensamente felices, unidos en el empeño, en la solidaridad.
Enctonces podemos apreciar hasta dónde alcanza la fuerza de un niño: que arrastra a los mayores, que hace pensar a los endurecidos por el egoísmo, que es capaz de cambiar los corazones... aunque sea sólo por un segundo.
La música crece, y ahora son todos los mayores los que se suman a esa iniciativa de unos niños. Y el árbol se mueve, el obstáculo es superado por la fuerza de todos.
Hoy, que tenemos de todo y aún deseamos más, que vivimos aislados en medio de tanta gente que nos rodea. Hoy, que no conocemos a los que viven encima de nuestra casa... y que casi no conocemos a nuestros propios hijos... Hoy brindo por la solidaridad en el mundo. Por una solidaridad que es -en primer lugar- cariño y entrega. Y que debe empezar en la propia familia. Entre todos, y con el empuje de nuestros hijos, podremos remover todos los obstáculos que caigan sobre nuestras vidas.
De repente, un niño baja del autobús escolar con su cartera a la espalda. Está diluviando a mares y el suelo está completamente embarrado, pero él no ve la lluvia, ni el barro, ni el inmenso tamaño del árbol. Sólo ve que interrumpe el paso del autobús en que viajan los niños, y que si no lo aparta, no podrán recibir sus clases. Así que deja su mochila en el suelo, y empapado como está, empuja con sus manitas sobre la corteza del árbol.
Todos los adultos observan asombrados, resguardados en sus casas o en sus coches. Son gentes de muy diversas culturas, razas y edades, pero todos coinciden en una cosa: no van a mover un músculo por una tarea que no les incumbe y que, además, es imposible. Algunos miran con curiosidad, otros con ironía o desdén, pero nadie le dice siquiera que lo deje. Y siguen mirando.
Sin palabras, el niño les está dando una gran lección. Les está diciendo: "Nunca quitéis el hombro en lo que afecta a todos, nunca os deis por vencidos, nunca permanezcáis pasivos, porque entre todo podremos".
El niño persiste en su empeño, aparentemente inútil. Pero entonces se opera el milagro. Porque el ejemplo es muy poderoso, y puede mover montañas. Otro joven, que está a su lado, tira el casco de la moto sobre el barro y se pone a empujar. Después viene otro, y otro, y otro. Ya son más de diez los niños que empujan. Y todos están inmensamente felices, unidos en el empeño, en la solidaridad.
Enctonces podemos apreciar hasta dónde alcanza la fuerza de un niño: que arrastra a los mayores, que hace pensar a los endurecidos por el egoísmo, que es capaz de cambiar los corazones... aunque sea sólo por un segundo.
La música crece, y ahora son todos los mayores los que se suman a esa iniciativa de unos niños. Y el árbol se mueve, el obstáculo es superado por la fuerza de todos.
Hoy, que tenemos de todo y aún deseamos más, que vivimos aislados en medio de tanta gente que nos rodea. Hoy, que no conocemos a los que viven encima de nuestra casa... y que casi no conocemos a nuestros propios hijos... Hoy brindo por la solidaridad en el mundo. Por una solidaridad que es -en primer lugar- cariño y entrega. Y que debe empezar en la propia familia. Entre todos, y con el empuje de nuestros hijos, podremos remover todos los obstáculos que caigan sobre nuestras vidas.