martes, 19 de diciembre de 2017

"Coco", de Pixar: Un canto emocionado a la familia

(JUAN JESÚS DE CÓZAR) Que Pixar es la compañía líder de la animación mundial nadie lo duda. Esa mezcla sabiamente dosificada de creatividad, atrevimiento y clasicismo es el cóctel maravilloso del que nacen sus películas: Toy Story, Monstruos S. A., Buscando a Nemo, Los Increíbles, Ratatouille, Up, Del revés… Y ahora Coco, estrenada el pasado 1 de diciembre con un éxito incontestable en todo el mundo y que arroja un dato curioso: de los casi 450 millones de dólares recaudados por ahora en taquilla, 140 corresponden a… ¡China!

John Lasseter, persona clave en la producción y uno de los genios fundadores de Pixar, ha sabido rodearse de un equipo de cineastas, guionistas e ilustradores de enorme talento, capaces también de asimilar los rasgos distintivos de la “filosofía Pixar”. La mayor parte de las productoras de animación intentan adaptar sus filmes a los nuevos tiempos; Pixar se adelanta a esos nuevos tiempos experimentando con universos y argumentos arriesgados, tan distanciados de la ñoñería como de cualquier dictadura ideológica. Sus producciones son de algún modo provocativas, pero en el caso de Pixar se trata de una “provocación virtuosa” que le permite situarse en una vanguardia muy sensata antropológicamente.

La historia de Coco nos traslada a México y nos cuenta la historia de Miguel, un niño de 12 años que vive en el pueblecito de Santa Cecilia con sus padres, sus tíos, su abuela, su bisabuela… Su amplia familia, los Rivera, se dedica a la elaboración de calzado desde que el marido de su tatarabuela abandonara a su esposa para dedicarse a la música. Miguel, que sueña con convertirse en un gran artista, toca la guitarra y canta a escondidas, porque su familia le ha prohibido cualquier contacto con la música tras lo ocurrido con su desdichado ancestro. Pero se acerca el Día de Muertos, una de las tradiciones mexicanas más populares, y muchas cosas van a ocurrir.

Tras un vistoso prólogo narrado con la gracia y la originalidad marcas de la casa, la cinta fluye con un ritmo trepidante y el espectador queda maravillado con la ambientación, los colores, las texturas y los movimientos de una animación de altísima calidad (Miyazaki no anda lejos), la música del oscarizado Michael Giacchino, las alegres canciones, los entresijos del relato…

Lee Unkrich, el director, y Adrián Molina, el guionista de origen mexicano, han entregado un producto admirable dirigido a pequeños y a grandes; un bellísimo canto a la familia, emocionante y rico en humanidad, que explora un terreno aparentemente osado al introducir a un niño en la Tierra de los Muertos. Pero que a nadie le preocupe el argumento ni le busque los tres (o cinco) pies al gato: vi la película rodeado de chiquillería, que aplaudió de forma entusiasta al finalizar la proyección.

viernes, 15 de diciembre de 2017

"Wonder": Amor y cicatrices

(JUAN JESÚS DE CÓZAR) Tengo un amigo que distingue entre libros de autoayuda y libros (así los llama él) de alta-ayuda. No sé si entre estos últimos incluiría “Wonder”, de Raquel Jaramillo Palacio, escritora norteamericana de origen colombiano. Publicado en 2012, se han vendido más de 5 millones de ejemplares en todo el mundo. Y una vez más, cine y literatura se han dado la mano para convertir a “Wonder” en una película que siguiendo la calificación de mi amigo quizá también podría considerarse de alta-ayuda.

Pero antes de hablar del filme, estrenado el pasado 1 de diciembre, vale la pena conocer algunos datos relativos a la génesis del libro, editado en España con el título de “Wonder. La lección de August. Un día de 2008 se encontraba Palacio con sus hijos en una heladería “junto a un niño –cuenta ella– con graves anomalías craneofaciales, que venía a tener más o menos el mismo aspecto con el que describo a Auggie en el libro”. Su reacción la avergonzó más tarde: eludiendo la cercanía del niño enfermo, se marchó enseguida con sus hijos.

Esa misma noche, mientras se recriminaba su conducta y escuchaba la canción “Wonder” de Natalie Merchant, decidió escribir la historia. La canción comienza con esta frase: “Han venido médicos de ciudades lejanas solo para verme y agacharse sobre mi cama sin creer lo que veían. Dicen que debo de ser una de las maravillas de la creación de Dios, pero son incapaces de ofrecer una explicación”.

Y ahora la película, que ha dirigido Stephen Chbosky y que cuenta con una espléndida pareja de actores adultos: Julia Roberts y Owen Wilson. Junto a ellos, los jóvenes Jacob Tremblay –que ya nos deslumbró por su papel en “La habitación” (2015)–, Noah Jupe e Izabela Vidovic, también magníficos. “Wonder”, el libro y la cinta, nos presenta a August Pullman, un niño de 10 años que padece el síndrome de Treacher-Collyns, que se caracteriza por una deformidad severa en el cráneo y en el rostro. Sometido a 27 intervenciones quirúrgicas, Auggie ha vivido rodeado del cariño y el sacrificio de sus padres, Isabel y Nate, y de su hermana mayor Via. Pero ha llegado el momento de acudir al colegio: una dura prueba tanto para Auggie como para el resto de la familia.

Wonder” esquiva explícitamente la complejidad y la crudeza en la que podría haber desembocado la historia, para ofrecernos un emotivo relato que encuentra en la sencillez el camino más eficaz para llegar a todo tipo de público. Y, sin sensiblerías, con la dosis justa de dramatismo y un oportuno sentido del humor, sabe abordar temas como el bullying, la unidad familiar, la aceptación de uno mismo y de los demás, la maduración y el aprendizaje personal, el sentimiento de rechazo o la amistad.

Apunten este título, padres y educadores, que propone la amabilidad como camino asequible a todos para construir ese mundo mejor que anhelamos. Una propuesta evidenciada en el consejo que uno de los profesores de Auggie da a sus alumnos: “Cuando puedas elegir entre tener razón y ser amable, elige ser amable”.

sábado, 2 de diciembre de 2017

"Asesinato en el Orient Express": precioso cóctel de elegancia y misterio

(JUAN JESÚS DE CÓZAR).- Debatir si un remake es o no necesario se ha convertido en un lugar común. La nueva versión de “Asesinato en el Orient Express” ha sido la última víctima de esta tendencia. Más que nada porque la película original dirigida por Sidney Lumet en 1974 fue un éxito de crítica y público, y recibió 6 nominaciones a los Oscar (finalmente solo ganaría una estatuilla: la de mejor actriz de reparto para Ingrid Bergman).

Pero si la historia es atractiva, el director solvente, el reparto estelar y se cuenta con un gran equipo técnico, las posibilidades de que la nueva adaptación sea un producto de calidad son muy altas. Quizá no se pueda afirmar que este “Asesinato en el Orient Express”, del norirlandés Kenneth Branagh, sea una gran película pero sí que contiene dosis de buen cine: brillante visualmente, perfectamente ambientada y con un cuidadísimo vestuario, es de esas cintas que –por decirlo así– educan el buen gusto. Y, frente a las voces agoreras de fracaso, resulta que el público ha respondido: más de 200 millones de dólares recaudados en todo mundo desde su reciente estreno.

Teniendo en mente el famoso secuestro del hijo de Charles Lindberg, Agatha Christi escribió “Asesinato en el Orient Express” en 1934, tiempo de entreguerras que aún conservaba ciertos lujos como el suntuoso tren que conectaba París con Estambul. En ese cerrado espacio en movimiento situó la novelista uno de sus míticos crímenes: un reto para ella misma y para su querido detective belga Hercule Poirot. Branagh, de la mano de su guionista Julian Green (Blade Runner 2049), también inicia su filme en 1934 con un ágil prólogo en Jerusalén concebido como presentación de Poirot: “Tengo la habilidad de ver la realidad como debería ser, no como es, así que cualquier imperfección destaca como una nariz prominente de perfil", dice de sí mismo.

Estamos ante uno de esos filmes que exigen contar poco del argumento, bien porque es de sobra conocido por quienes leyeron la novela o vieron la versión de Lumet, bien por evitar el peligro inminente de spoiler. Quizá basta con decir que Poirot, harto de resolver tropelías, decide tomarse un descanso y subir al Orient Express en Estambul camino de Europa “para ver arte”, explica. Pero el genial detective tendrá que lidiar con el asesinato de un pasajero; un caso tan difícil de resolver como de juzgar, y que hará tambalear su cristalizada racionalidad –tan alejada del dolor humano–, expresamente resumida al comienzo del film cuando declara que “existe el mal, existe el bien, no hay nada entre medias”.

Kenneth Brangh compone un Poirot que no elude la acción, irónico y mordaz, a veces shakesperiano y siempre ingenioso, que pasará a la historia del cine como ya lo hicieron Albert Finney o Peter Ustinov. Pero quizá uno de los principales reproches que se le pueden hacer a la película es precisamente la omnipresencia del actor-director, en detrimento de secundarios de la categoría de Judi Dench, Michelle Pfeiffer, Johnny Depp, Derek Jacobi, Penélope Cruz o Willen Dafoe, que no desmerecen pero cuyos personajes apenas están definidos. Branagh incluso ha compuesto la letra de una de las canciones de la cinta, con música de Patrick Doyle –autor de la banda sonora– y la voz de Michelle Pfeiffer.

Queda así un filme elegante, entretenido a pesar de ciertos momentos algo farragosos narrativamente, que intenta modernizar ligeramente el original y que deja en el aire un debate moral planteado con una intencionada ambigüedad. Pero Poirot no tiene tiempo para más disquisiciones porque otro caso le espera. ¿Quizá una “Muerte en el Nilo”?