(JUAN JESÚS DE COZAR).- Adaptar una obra maestra tan sensible como “El principito” es una tarea delicada. Lo hizo Stanley Donen sin mucho éxito en 1974, y posteriormente se han producido algunos otros intentos orientados sobre todo a la pequeña pantalla. Consciente de la dificultad, el realizador Mark Osborne (Bob Esponja, Kung Fu Panda) ha sabido tomar la distancia adecuada para no traicionar el alma del cuento del escritor francés, y el resultado es magnífico.
Irena Brignull y Bob Persichetti han elaborado un original guión cuyo corazón es la obra de Saint-Exupéry. Algo así como un brillante envoltorio para una joya que no conviene manosear; o como el fanal que el principito coloca a la rosa para que no se marchite. Esa historia envolvente es la de una niña que vive en un mundo adulto, en una ciudad donde todo está organizado al milímetro. Su madre, que trabaja incansablemente, quiere preparar a su hija para que “triunfe” en esta sociedad cuadriculada, desagradablemente seria y triste. Claro que no contaba con la influencia del extravagante vecino, un antiguo aviador que envía a la niña hojas de un cuento que está escribiendo. Naturalmente…, “El principito”.
La alta calidad de la animación utiliza texturas diversas para distinguir la película del cuento. Una opción que quizá despiste a los más pequeños pero que capta fácilmente la atención del espectador por la gran variedad de escenas que ofrece: muchas divertidas, otras de acción y algunas de gran emotividad. La música del oscarizado Han Zimmer redondea el conjunto de una cinta que se disfruta de principio a fin.
La versión original, siempre más recomendable, ha contado con voces de actores tan conocidos como Jeff Bridges, Rachel McAdams, Marion Cotillard, James Franco, Paul Giamatti o Benicio Del Toro.
Vale la pena acercarse a ver esta versión de “El principito”, que sí pasará a la historia del cine y que además contiene elementos educativos de gran interés: el cuidado de la naturaleza, el optimismo, la valentía, la preocupación por los demás, el fomento de la creatividad, la flexibilidad en las relaciones… Y, por supuesto, el amor a la lectura. De modo que la visión del film puede ser también un aliciente para volver a deleitarse releyendo el cuento original, recomendarlo a los más jóvenes, y redescubrir que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Irena Brignull y Bob Persichetti han elaborado un original guión cuyo corazón es la obra de Saint-Exupéry. Algo así como un brillante envoltorio para una joya que no conviene manosear; o como el fanal que el principito coloca a la rosa para que no se marchite. Esa historia envolvente es la de una niña que vive en un mundo adulto, en una ciudad donde todo está organizado al milímetro. Su madre, que trabaja incansablemente, quiere preparar a su hija para que “triunfe” en esta sociedad cuadriculada, desagradablemente seria y triste. Claro que no contaba con la influencia del extravagante vecino, un antiguo aviador que envía a la niña hojas de un cuento que está escribiendo. Naturalmente…, “El principito”.
La alta calidad de la animación utiliza texturas diversas para distinguir la película del cuento. Una opción que quizá despiste a los más pequeños pero que capta fácilmente la atención del espectador por la gran variedad de escenas que ofrece: muchas divertidas, otras de acción y algunas de gran emotividad. La música del oscarizado Han Zimmer redondea el conjunto de una cinta que se disfruta de principio a fin.
La versión original, siempre más recomendable, ha contado con voces de actores tan conocidos como Jeff Bridges, Rachel McAdams, Marion Cotillard, James Franco, Paul Giamatti o Benicio Del Toro.
Vale la pena acercarse a ver esta versión de “El principito”, que sí pasará a la historia del cine y que además contiene elementos educativos de gran interés: el cuidado de la naturaleza, el optimismo, la valentía, la preocupación por los demás, el fomento de la creatividad, la flexibilidad en las relaciones… Y, por supuesto, el amor a la lectura. De modo que la visión del film puede ser también un aliciente para volver a deleitarse releyendo el cuento original, recomendarlo a los más jóvenes, y redescubrir que “lo esencial es invisible a los ojos”.