“Embrace Life” es una emotiva campaña para promover el uso del cinturón de seguridad. Rodada con muy bajo presupuesto, consigue una calidad técnica muy notable y una implicación altísima por parte del espectador. El boca-a-boca ha funcionado con ella: lanzada en YouTube y apoyada sólo mediante correos electrónicos y presencia en redes sociales, en pocos meses superó los 3 millones de visitas (el vídeo nº 1 en temas educativos), de modo que pudo dar el salto a los cines y a la televisión. Ha sido visto en más de 160 países. Ahora lleva ya más de 20 millones de descargas.
¿Y de qué nos habla? Por una parte, de la vida entre el sueño y la realidad; y por otra –sobre todo– de la unión en la familia. Una mano gira en el aire, como si encendiera el imaginario motor de un coche; y unos pies descalzos pisan un embrague también ficticio. Al momento, nos damos cuenta de que estamos en una sala de estar (idea de acogida, de hogar), y que el padre ha iniciado un viaje soñado –idílico– que no le separa de su familia, porque todos están unidos, enlazados por el amor.
El padre mira un instante a la izquierda, a su mujer a su hija (presentes en su cabeza mientras viaja), y al volver la vista al frente ve algo que le horroriza. La hija advierte enseguida que algo va mal; y así, cuando él parece abatido –no hay solución al choque fatal e inminente–, ella y su madre se lanzan con toda al alma para intentar salvarlo.
La hija, un ángel con alas (¿su propio Ángel de la Guarda?), le abraza por la cintura como cuando era niña. La mujer, con los brazos alrededor de su cuerpo, le protege con el gesto del amor. Ese abrazo –el “abrazo de la vida”– materializa y expresa el lazo invisible que les une como familia, que les mantiene firmes en la adversidad. Tras el golpe fortísimo, sugerido en las bolitas de cristal que recuerdan los cristales rotos del coche, vuelven de nuevo la paz y la serenidad. Porque el peligro ha pasado... y están más unidos que nunca.
Una bella metáfora, contada al ralentí. No hay muertos, ni coches aplastados, ni cuerpos cubiertos de sangre. Sólo un mensaje claro y positivo, que cala en nosotros con más fuerza que los trágicos anuncios de seguridad vial: porque no hay nada más grande y seguro que el amor.
Merece la pena difundirlo, en estas jornadas previas a la Operación Salida ¿no os parece?
¿Y de qué nos habla? Por una parte, de la vida entre el sueño y la realidad; y por otra –sobre todo– de la unión en la familia. Una mano gira en el aire, como si encendiera el imaginario motor de un coche; y unos pies descalzos pisan un embrague también ficticio. Al momento, nos damos cuenta de que estamos en una sala de estar (idea de acogida, de hogar), y que el padre ha iniciado un viaje soñado –idílico– que no le separa de su familia, porque todos están unidos, enlazados por el amor.
El padre mira un instante a la izquierda, a su mujer a su hija (presentes en su cabeza mientras viaja), y al volver la vista al frente ve algo que le horroriza. La hija advierte enseguida que algo va mal; y así, cuando él parece abatido –no hay solución al choque fatal e inminente–, ella y su madre se lanzan con toda al alma para intentar salvarlo.
La hija, un ángel con alas (¿su propio Ángel de la Guarda?), le abraza por la cintura como cuando era niña. La mujer, con los brazos alrededor de su cuerpo, le protege con el gesto del amor. Ese abrazo –el “abrazo de la vida”– materializa y expresa el lazo invisible que les une como familia, que les mantiene firmes en la adversidad. Tras el golpe fortísimo, sugerido en las bolitas de cristal que recuerdan los cristales rotos del coche, vuelven de nuevo la paz y la serenidad. Porque el peligro ha pasado... y están más unidos que nunca.
Una bella metáfora, contada al ralentí. No hay muertos, ni coches aplastados, ni cuerpos cubiertos de sangre. Sólo un mensaje claro y positivo, que cala en nosotros con más fuerza que los trágicos anuncios de seguridad vial: porque no hay nada más grande y seguro que el amor.
Merece la pena difundirlo, en estas jornadas previas a la Operación Salida ¿no os parece?