sábado, 2 de diciembre de 2017

"Asesinato en el Orient Express": precioso cóctel de elegancia y misterio

(JUAN JESÚS DE CÓZAR).- Debatir si un remake es o no necesario se ha convertido en un lugar común. La nueva versión de “Asesinato en el Orient Express” ha sido la última víctima de esta tendencia. Más que nada porque la película original dirigida por Sidney Lumet en 1974 fue un éxito de crítica y público, y recibió 6 nominaciones a los Oscar (finalmente solo ganaría una estatuilla: la de mejor actriz de reparto para Ingrid Bergman).

Pero si la historia es atractiva, el director solvente, el reparto estelar y se cuenta con un gran equipo técnico, las posibilidades de que la nueva adaptación sea un producto de calidad son muy altas. Quizá no se pueda afirmar que este “Asesinato en el Orient Express”, del norirlandés Kenneth Branagh, sea una gran película pero sí que contiene dosis de buen cine: brillante visualmente, perfectamente ambientada y con un cuidadísimo vestuario, es de esas cintas que –por decirlo así– educan el buen gusto. Y, frente a las voces agoreras de fracaso, resulta que el público ha respondido: más de 200 millones de dólares recaudados en todo mundo desde su reciente estreno.

Teniendo en mente el famoso secuestro del hijo de Charles Lindberg, Agatha Christi escribió “Asesinato en el Orient Express” en 1934, tiempo de entreguerras que aún conservaba ciertos lujos como el suntuoso tren que conectaba París con Estambul. En ese cerrado espacio en movimiento situó la novelista uno de sus míticos crímenes: un reto para ella misma y para su querido detective belga Hercule Poirot. Branagh, de la mano de su guionista Julian Green (Blade Runner 2049), también inicia su filme en 1934 con un ágil prólogo en Jerusalén concebido como presentación de Poirot: “Tengo la habilidad de ver la realidad como debería ser, no como es, así que cualquier imperfección destaca como una nariz prominente de perfil", dice de sí mismo.

Estamos ante uno de esos filmes que exigen contar poco del argumento, bien porque es de sobra conocido por quienes leyeron la novela o vieron la versión de Lumet, bien por evitar el peligro inminente de spoiler. Quizá basta con decir que Poirot, harto de resolver tropelías, decide tomarse un descanso y subir al Orient Express en Estambul camino de Europa “para ver arte”, explica. Pero el genial detective tendrá que lidiar con el asesinato de un pasajero; un caso tan difícil de resolver como de juzgar, y que hará tambalear su cristalizada racionalidad –tan alejada del dolor humano–, expresamente resumida al comienzo del film cuando declara que “existe el mal, existe el bien, no hay nada entre medias”.

Kenneth Brangh compone un Poirot que no elude la acción, irónico y mordaz, a veces shakesperiano y siempre ingenioso, que pasará a la historia del cine como ya lo hicieron Albert Finney o Peter Ustinov. Pero quizá uno de los principales reproches que se le pueden hacer a la película es precisamente la omnipresencia del actor-director, en detrimento de secundarios de la categoría de Judi Dench, Michelle Pfeiffer, Johnny Depp, Derek Jacobi, Penélope Cruz o Willen Dafoe, que no desmerecen pero cuyos personajes apenas están definidos. Branagh incluso ha compuesto la letra de una de las canciones de la cinta, con música de Patrick Doyle –autor de la banda sonora– y la voz de Michelle Pfeiffer.

Queda así un filme elegante, entretenido a pesar de ciertos momentos algo farragosos narrativamente, que intenta modernizar ligeramente el original y que deja en el aire un debate moral planteado con una intencionada ambigüedad. Pero Poirot no tiene tiempo para más disquisiciones porque otro caso le espera. ¿Quizá una “Muerte en el Nilo”?

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