jueves, 17 de marzo de 2011

Iconos ficticios de la moda con efectos reales (1)

Por Carmen Llovet (Aceprensa).

La moda actual ha sido acusada de generar un ideal de belleza irreal e insano, que ha dañado la percepción que la mujer tiene de su cuerpo.

Al mismo tiempo se observa una reacción en la sociedad, como el apoyo a la campaña “por la belleza real”, mantenida por Dove con numerosos vídeos en las redes sociales y su fundación; las portadas y desfiles protagonizados por modelos de tallas grandes –a partir de la 40– como Carla Trujillo o Crystal Renn, tras la decisión de la pasarela de Milán de no incluir a la diseñadora Elena Miró entre las firmas; o las manifestaciones organizadas por mujeres para animar a quemar muñecas Barbies en el 50 aniversario de su nacimiento: coincidiendo con el día internacional de la mujer, proponían "quemar un estereotipo, un modelo de belleza impuesto que cosifica a la mujer y promueve prácticas que violentan el cuerpo, como la cirugía estética o las dietas que generan trastornos alimentarios y psicológicos, llevando a miles de mujeres a la muerte".

La gente admira la estética de la delgadez por lo que implica de control y contención en esta cultura de la abundancia. Si bien no podemos culpar a las modelos, que suelen tener una constitución naturalmente delgada, la uniformidad de la denominada “talla cero” es sospechosamente enfermiza. En ocasiones transmiten el ideal de un modo de vida descontrolado y carente de límites, que conduce a un fracaso vital, como a veces se advierte en su propia biografía. Es el caso de Kate Moss, que de protagonizar un look esquelético de heroin chic, ha pasado a vivir más que una cruda realidad anunciando en su último cumpleaños el propósito de dejar el tabaco, el alcohol y las drogas –posiblemente, los responsables de que pueda pasear su 1,78 sin llegar a los 50 kilos de peso–.

Modelos para Lady Gaga

Se habla de promover modelos de belleza “más sanos” y correspondientes a la mujer real. Como se pregunta la periodista del Wall Street Journal Tina Gaudoin, ¿no habría que preocuparse también por el tipo de mujer que difunden otros iconos en la música, en las series de TV y películas o en los videojuegos?

Lady Gaga se ha considerado un referente del mundo de la moda en una doble dirección. Por un lado ha sido usada como modelo por diseñadores como Giorgio Armani o Donatella Versace, quienes han diseñado el vestuario de la cantante y de sus bailarines, y han comercializado colecciones inspiradas en sus actuaciones y videoclips. Por otro lado, las pasarelas han reproducido las tendencias que marca: estilo militar, tono blanco y negro, tejidos de lycra y cuero, hombreras XXL o el uso de brillos.

Los consumidores, lejos de poder y querer imitar un atuendo de Gaga para un día normal, han copado las peticiones de sus modelitos en las tiendas de disfraces –en Halloween fue el más visto, y el fabricado con filetes de carne el más comprado– y previsiblemente lo será en Carnaval. Además, su modo de vestir no solo es imitado como algo divertido al servicio de la extravagancia del personaje, sino que, según el estudio de la comunidad virtual Habbo, Gaga junto a Cyrus y Paris Hilton encabezan las referencias de moda de las adolescentes.

Referentes de fantasía

Si atendemos no solo a moda sino a las industrias del entretenimiento, encontramos personajes interpretados en series de TV como Sexo en Nueva York, Mad Men o Gossip girl de los que las revistas de moda se hacen eco por lo que ganan en promocionar las marcas. Pero el halo de permanente novedad o el consumo desenfrenado generan modelos de conducta como la obsesión por ir de compras y la imperiosa necesidad de llamar la atención.

¿El problema? Mientras los personajes de ficción son felices, las personas que los interpretan y las que los imitan se hacen cada vez más inseguras –pues su seguridad depende de estrenar cosas–; se vuelven insatisfechas –pues las cosas pierden su valor cuando se compran sin necesidad alguna– y eternamente obsesionadas con su apariencia.

Mientras en la ficción el tiempo no cuenta, en la realidad la pérdida de tiempo en comprar ropa –que incluye el proceso de probarla y devolverla a la tienda– y buscar el look más atrevido, impide dedicar tiempo a otras cosas, como la auténtica amistad, el voluntariado o la propia familia. Esa es la mejor moraleja que deja en clave de comedia el libro convertido en film Confesiones de una consumidora compulsiva.

En un intento por imitar a la redactora jefe de Vogue América, la película El diablo se viste de Prada ponía sobre la mesa el proceso por el que una asistente de redacción de la ficticia revista de moda Runway se convertía en una fashion victim. Lejos de rechazar la presión que ejerce trabajar en un mundo que tiene que ver con el continuo cambio (como así se define la palabra moda), la adolescente media codicia la suerte de estrenar traje y zapatos cada día, como le sucede en la película a Anne Hathaway. Sin embargo, el documental September issue sobre Anna Wintour, verdadera redactora jefe del Vogue América, muestra la imagen más clara: cuando su hija es entrevistada a solas, admite no querer dedicarse a este mundo.

(Mañana la segunda parte)

No hay comentarios:

Publicar un comentario