El spot de esta semana nos narra la historia de una adolescente sumida en la contradicción. Se siente frustrada al ver que su padre es motivo de burla entre sus compañeras. Un odio interno se dirige, sin quererlo, hacia él: “¿Por qué me ha tocado un padre sordomudo? ¡No lo merezco! Yo quiero un padre normal…”.
No se da cuenta de que es un deseo amargo, además de egoísta: lo que le mortifica no es que no pueda hablar con él –sí que hablan, sobre todo él-, sino que sus amigas le vean como a un inútil.
Ella no deja que aflore el amor que siente por él, y que se manifiesta cuando sale en su defensa en el patio del colegio. Bajo esa coraza de frustración y rechazo, hay un corazón que podría amar, pero que ha renunciado a hacerlo.
Por eso es incapaz de oír tantas cosas buenas que el padre le dice (nosotros nos daremos cuenta sólo al final); por eso, en realidad, es ella la sordomuda: ni quiere hablarle ni es capaz de escucharle. Y mucho menos de entenderle: cuando se opone a que inicie esa relación, es porque comprende que el chico no le conviene. Quizás debió de decírselo de otra forma, pero no tenemos ninguna duda de que le mueve el amor.
Cuando sobreviene la tragedia –expresión máxima del inconformismo adolescente- el amor y la enterga del padre llegan a conmovernos profundamente: “No deje que muera –dice al médico-. Le daré mi casa y mis ahorros. Déle mi sangre y mi vida. Pero, por favor, ¡sálvela!”.
Mientras sigue el doloroso proceso, entendemos todo lo que le ha ido diciendo desde niña. Y todo se lo ha dicho por amor, por su bien. Por eso el mensaje final resulta tan contundente: “Quizás no exista el ‘mejor papá. Sólo existen esos padres que te aman más que nada en el mundo…”
No se da cuenta de que es un deseo amargo, además de egoísta: lo que le mortifica no es que no pueda hablar con él –sí que hablan, sobre todo él-, sino que sus amigas le vean como a un inútil.
Ella no deja que aflore el amor que siente por él, y que se manifiesta cuando sale en su defensa en el patio del colegio. Bajo esa coraza de frustración y rechazo, hay un corazón que podría amar, pero que ha renunciado a hacerlo.
Por eso es incapaz de oír tantas cosas buenas que el padre le dice (nosotros nos daremos cuenta sólo al final); por eso, en realidad, es ella la sordomuda: ni quiere hablarle ni es capaz de escucharle. Y mucho menos de entenderle: cuando se opone a que inicie esa relación, es porque comprende que el chico no le conviene. Quizás debió de decírselo de otra forma, pero no tenemos ninguna duda de que le mueve el amor.
Cuando sobreviene la tragedia –expresión máxima del inconformismo adolescente- el amor y la enterga del padre llegan a conmovernos profundamente: “No deje que muera –dice al médico-. Le daré mi casa y mis ahorros. Déle mi sangre y mi vida. Pero, por favor, ¡sálvela!”.
Mientras sigue el doloroso proceso, entendemos todo lo que le ha ido diciendo desde niña. Y todo se lo ha dicho por amor, por su bien. Por eso el mensaje final resulta tan contundente: “Quizás no exista el ‘mejor papá. Sólo existen esos padres que te aman más que nada en el mundo…”