domingo, 8 de enero de 2017

Un repaso a los mejores anuncios de la Navidad

Esta Navidad ha sido pródiga en bellos anuncios navideños. Algunos se han comentado en este blog, como la bella historia de amistad entre un iman y un sacerdote que nos contó Amazon, o como la tierna historia de Carmina, que cree haber ganado el Gordo por un error que nadie se atreve a desmentir. Sus paisanos -nos lo contó Lotería de Navidad- crearon un improvisado y solidario simulacro  para evitarle esa gran desilusión.

Otros spots se han hecho famosos en las redes, como un anuncio polaco en el que el protagonista pide como regalo un curso de inglés (delicada ironía ante tantos regalos llamativos e inútiles) y se pasa horas y horas estudiando la lengua. Durante días escucha casetes, repite en voz alta los conceptos que va memorizando y llena su casa de post-it para recordar esas palabras que aprende.

Al final descubrimos el porqué de tanto esfuerzo: viaja a un país de habla inglesa para pasar las fiestas con su hijo y la mujer de éste, y cuando llega a destino, le espera ansiosa su nieta, a la que ve por primera vez. ¿Qué mejor regalo que poder decirle en su idioma: "Hola, soy tu abuelo y te quiero mucho"?

También resultó muy comentado este anuncio de Milka, ambientado en los Alpes suizos, cuyo protagonista es un niño al que se le hace eterna la espera para recibir los regalos el día de Nochebuena. De repente, se le ocurre una brillante idea: construir una máquina del tiempo que le lleva a la noche del día 24. Ante el ferviente anhelo del pequeño, toda la familia se confabulará para crear la ilusión del salto temporal. Un maravilloso ejemplo de cariño, solidaridad y amor familiar que podéis ver aquí.



Pero, de todos, yo me quedo con este anuncio de Volkswagen, que nos hace olvidar lo más efímero de estas fiestas (las prisas, el consumo, las compras de última hora) y nos descubre la realidad: la Navidad es la época más hermosa del año, la más entrañable y familiar. Estar con los nuestros es, sin duda, el mejor regalo navideño. Ideado por la agencia OgilvyOne, el spot narra la historia de una pequeña que está triste el día de Nochebuena. De repente, se le ilumina el rostro. Pinta motitas rojas en la cara de su hermanito para que todos piensen que está enfermo y le lleven al hospital. Una vez allí, aparece inesperadamente su madre, que es médico de profesión y está de guardia esa noche... El desenlace no puede ser más conmovedor.



Espero que hayáis pasado unas felices fiestas de Navidad. Y os deseo, para el nuevo año, la realización de todos vuestros sueños. ¡Feliz 2017!

"Silencio": La inquietud religiosa de Martin Scorsese

(JUAN JESÚS DE CÓZAR) “Quiero provocar en la gente algún tipo de reacción, ya sea emocional o intelectual. Pretendo que reaccionen. (…) Hay quien opina que si nos limitamos a hacer películas que muestren cómo debería ser el mundo, las cosas acabarán siendo de ese modo. No estoy de acuerdo. No es que diga que todo el mundo debe hacer películas como yo las hago, pero la provocación es importante para fomentar la discusión y la acción”.

Estas declaraciones realizadas por Martin Scorsese a mediados de la década de 1990 resultan plenamente aplicables a “Silencio”, quizá su obra más ambiciosa recientemente estrenada en España. Se trata de un proyecto largamente deseado por el director italoamericano durante más de tres décadas, y a uno se le antoja que la espera ha sido beneficiosa, porque sin renunciar a sus preocupaciones fílmicas y antropológicas estamos ante un Scorsese evolucionado, con una subjetividad mejor dominada y una libertad creativa exenta de la gratuidad y los excesos tan presentes en la mayoría de sus filmes anteriores.

Básicamente, el argumento gira en torno a la persecución, tortura y martirio de muchos cristianos en el Japón de la segunda mitad del siglo XVII. El centro de la acción se sitúa en los sufrimientos y las luchas internas del Padre Rodrigues (Andrew Garfield), un jesuita que acude a esas tierras evangelizadas por San Francisco Javier para encontrar al Padre Ferreira (Liam Neeson), su profesor, sobre el que se dice que ha apostatado.

En el aspecto técnico la película es impecable y cuenta con una maravillosa fotografía de Rodrigo Prieto, que sabe extraer belleza de un paisaje duro y hostil; con el montaje de Thelma Schoonmaker –tres Oscars le contemplan–; y con el diseño de producción y el vestuario de Dante Ferreti, también ganador de tres estatuillas.

Pero si la crítica se muestra unánime en cuanto a la exquisita factura del filme, no ocurre lo mismo en relación con su contenido. Y es que estamos ante una obra compleja, con variedad de intenciones no todas convergentes; o mejor, con una intención multidireccional abierta a diversas interpretaciones. Justo, quizá, lo que pretendía Scorsese, que adapta con bastante fidelidad la novela homónima de Shûsaku Endô pero que también ha aportado al guión algunos matices que alimentan esa complejidad.

Después de lo escrito es fácil entender que escribir una reseña “objetiva” y certera de “Silencio” resulta una aspiración no sólo difícil sino pretenciosa. De modo que estas líneas solo pretenden preparar el ánimo y la mente del lector que acuda a ver este filme de 160 minutos, áspero y doloroso, intencionadamente provocador y ambiguo  el último plano es una clara muestra, que estimula la reflexión sobre la presencia de Dios en el mundo, la persona de Jesucristo y la dimensión espiritual de la persona.

Hay que tener en cuenta que Scorsese, a pesar de declararse católico y de mostrar una gran inquietud religiosa, no ha cultivado una sólida formación cristiana –él mismo reconoce que lee poco–, y que observa la fe más bien desde su sensibilidad de maestro del cine. Así lo ha venido haciendo a lo largo de toda su filmografía, convencido de que “no nos liberamos de nuestros pecados en la iglesia sino en la calle y en casa”, por citar sus propias palabras.

¿Dónde estaba Dios cuando mataban a esos inocentes cristianos japoneses? Scorsese prefiere que sea cada espectador quien responda a esa cuestión. ¿Dónde estaba Dios cuando el Holocausto, y el 11-S, y el 11-M…? ¿Dónde está cuando persiguen y matan a tantos cristianos en Irak, en Siria o en varios países de África? Esta pregunta, legítima e inevitable, se ha convertido en un lugar común y ha llevado a algunos a sentar a Dios en el banquillo. Pero pienso que esos interrogantes sólo tienen una respuesta con sentido: Dios estaba clavado en una Cruz, precisamente por todas esas barbaridades de la historia humana.