En una época en la que los valores en alza son la autonomía personal, el pluralismo o la autenticidad, vale la pena dedicar unos minutos a pensar qué virtudes pueden atraer más a los jóvenes de hoy. En el artículo de Juan Meseguer (Aceprensa) que citábamos anteayer, vimos que en la actual generación de adolescentes/jóvenes (14-28 años) destaca la virtud de la autenticidad, y eso puede ser muy aprovechable. Pero hay otras dos virtudes potenciables en la "Generación YO".
Dar la cara por sus ideas
Una de las virtudes básicas por las que aboga Kidder en su libro Good Kids, Tough Choices: How Parents Can Help Their Children Do the Right Thing (Jossey-Bass. San Francisco, 2010) es lo que llama el “coraje moral”, o sea la prontitud para seguir la conciencia y la valentía para tomar partido públicamente a favor de esas opciones.
A lo largo de más de 20 años de investigación, Kidder y su equipo han comprobado que “muchos tienen valores muy buenos y son capaces de tomar decisiones encomiables. Pero si falta valentía para defender esos valores cuando alguien los pone a prueba, en la práctica no hay mucha diferencia entre tenerlos o no. El coraje es el catalizador; sin él, no hay más que teorías bonitas”.
Kidder pone el ejemplo del acoso escolar. “Aquí tenemos un campo de trabajo idóneo para que los chicos se entrenen y empiecen a mostrar ese coraje. Pueden aprender a proteger a las víctimas, a parar los pies a los matones de la clase, a correr el riesgo de hablar... Sí, riesgo. Porque sin cierto riesgo no hay coraje”.
La valentía, añade Kidder, se ha considerado siempre una virtud que marcaba el paso de la adolescencia a la edad adulta. “Aquí tienes una lanza”, se decía en algunas culturas. “Hay un oso en el bosque; vete y cázalo. Cuando regreses en tres días, por fin serás un hombre”.
Como en las sociedades occidentales ya no existen este tipo de ritos, el coraje moral –salir públicamente en defensa de las propias convicciones– se ha convertido hoy en el equivalente a la caza del oso.
Del yo al nosotros
Michael Ungar, experto en orientación familiar, casado y padre de dos adolescentes, es de los que piensan que la “Generación Yo” no necesariamente es lo peor que le ha pasado a la humanidad en los últimos siglos.
Es cierto que la cultura actual empuja sin tregua a los jóvenes a vivir obsesionados con su apariencia. Y que incluso los padres, sin quererlo, pueden reforzar esa tendencia. “Nadie se propone hacer de sus hijos unos egocéntricos. Sin embargo, podemos hacer cosas sutiles y no tan sutiles que, sin darnos cuenta, lleven a nuestros hijos a pensar en ellos mismos antes que en los demás”.
Lo bueno es que ahora tenemos más experiencia que en otras épocas, donde no había tiempo ni medios para autopromocionarse en las redes sociales. Con este enfoque optimista, Ungar ofrece pistas en su libro The We Generation: Raising Socially Responsible Kids (Da Capo Press. Cambridge, 2009) para conducir a las futuras generaciones hacia “un comportamiento socialmente responsable”.
Además, tiene la audacia de confíar a la “Generación Yo” la puesta en marcha de ese movimiento. Precisamente la actitud de estar siempre “conectados al grupo” (on line, sí, pero conectados) les predispone para la empatía. Y, bien encauzada, esa capacidad de hacerse cargo de lo que piensan y sienten los demás puede convertirse en una fuerza para el bien.
Dar la cara por sus ideas
Una de las virtudes básicas por las que aboga Kidder en su libro Good Kids, Tough Choices: How Parents Can Help Their Children Do the Right Thing (Jossey-Bass. San Francisco, 2010) es lo que llama el “coraje moral”, o sea la prontitud para seguir la conciencia y la valentía para tomar partido públicamente a favor de esas opciones.
A lo largo de más de 20 años de investigación, Kidder y su equipo han comprobado que “muchos tienen valores muy buenos y son capaces de tomar decisiones encomiables. Pero si falta valentía para defender esos valores cuando alguien los pone a prueba, en la práctica no hay mucha diferencia entre tenerlos o no. El coraje es el catalizador; sin él, no hay más que teorías bonitas”.
Kidder pone el ejemplo del acoso escolar. “Aquí tenemos un campo de trabajo idóneo para que los chicos se entrenen y empiecen a mostrar ese coraje. Pueden aprender a proteger a las víctimas, a parar los pies a los matones de la clase, a correr el riesgo de hablar... Sí, riesgo. Porque sin cierto riesgo no hay coraje”.
La valentía, añade Kidder, se ha considerado siempre una virtud que marcaba el paso de la adolescencia a la edad adulta. “Aquí tienes una lanza”, se decía en algunas culturas. “Hay un oso en el bosque; vete y cázalo. Cuando regreses en tres días, por fin serás un hombre”.
Como en las sociedades occidentales ya no existen este tipo de ritos, el coraje moral –salir públicamente en defensa de las propias convicciones– se ha convertido hoy en el equivalente a la caza del oso.
Del yo al nosotros
Michael Ungar, experto en orientación familiar, casado y padre de dos adolescentes, es de los que piensan que la “Generación Yo” no necesariamente es lo peor que le ha pasado a la humanidad en los últimos siglos.
Es cierto que la cultura actual empuja sin tregua a los jóvenes a vivir obsesionados con su apariencia. Y que incluso los padres, sin quererlo, pueden reforzar esa tendencia. “Nadie se propone hacer de sus hijos unos egocéntricos. Sin embargo, podemos hacer cosas sutiles y no tan sutiles que, sin darnos cuenta, lleven a nuestros hijos a pensar en ellos mismos antes que en los demás”.
Lo bueno es que ahora tenemos más experiencia que en otras épocas, donde no había tiempo ni medios para autopromocionarse en las redes sociales. Con este enfoque optimista, Ungar ofrece pistas en su libro The We Generation: Raising Socially Responsible Kids (Da Capo Press. Cambridge, 2009) para conducir a las futuras generaciones hacia “un comportamiento socialmente responsable”.
Además, tiene la audacia de confíar a la “Generación Yo” la puesta en marcha de ese movimiento. Precisamente la actitud de estar siempre “conectados al grupo” (on line, sí, pero conectados) les predispone para la empatía. Y, bien encauzada, esa capacidad de hacerse cargo de lo que piensan y sienten los demás puede convertirse en una fuerza para el bien.
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