(JUAN JESÚS DE CÓZAR) Definitivamente, José Luis Guerín juega en otra liga, y lo demuestra con su último film, galardonado hace pocos días con el Giraldillo de Oro en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, que cumplía su 12ª edición. Es la primera vez que una película española gana el certamen sevillano, y su anuncio oficial ante los medios provocó una ovación unánime.
Guerín es –en mi opinión– uno de los realizadores españoles actuales con mayor sensibilidad artística. Director inclasificable, domina el lenguaje cinematográfico como pocos y apenas necesita equipo para plasmar sus hallazgos visuales.
Esta singular “La academia de las musas” –película de ficción y no documental, como el propio Guerín ha insistido en aclarar–, está filmada con una sencilla cámara, con actores no profesionales, con un presupuesto corto, sin un guión cerrado…, pero con ideas muy claras respecto al objetivo final: “partiendo de hipótesis de ficción, transmitir emociones verdaderas”, tal como afirma el propio director.
La película se beneficia de la facilidad de palabra del napolitano Raffaele Pinto, (verdadero) profesor asociado extranjero de Filología Italiana de la Universidad de Barcelona. En sus clases dialoga con los estudiantes –bueno, en realidad sólo con las alumnas– sobre el papel de la musa en las creaciones del poeta, apoyándose en la relación Dante/Beatriz de “La Divina Comedia”. Raffaele está –realmente– casado con Rosa Delors Muns, con quien contrasta en casa sus opiniones sobre el amor y la relación profesor-alumna; unos diálogos divertidos que deben mucho a la gracia natural de Rosa.
Este punto de partida, fundamentalmente verídico, va dando pie a complicaciones y situaciones ficticias, donde cada no-actor se va posicionando y actuando según posturas “instigadas” por Guerín, por emplear el mismo verbo que él usó en la presentación a la prensa. Y la historia va creciendo, sin rigideces, con las aportaciones espontáneas de los personajes y al ritmo del latir artístico del director.
Guerín sitúa su pequeña cámara en clase, en el campo, en el cementerio delle Fontanelle de Nápoles…; y también detrás de una ventana o del parabrisas de un coche, para lograr esos buscados reflejos, imágenes virtuales no trucadas y metáforas de la ensoñación. Sus películas no tienen fácil distribución, porque no son comerciales –en el sentido habitual de la expresión–, pero son muy apreciadas por un sector del público interesado en un cine sin artificio, que le interpele sin manipularlo y le haga reflexionar. “La academia de las musas” cumple con creces esa aspiración y se erige como una de las cimas de su filmografía.
Guerín es –en mi opinión– uno de los realizadores españoles actuales con mayor sensibilidad artística. Director inclasificable, domina el lenguaje cinematográfico como pocos y apenas necesita equipo para plasmar sus hallazgos visuales.
Esta singular “La academia de las musas” –película de ficción y no documental, como el propio Guerín ha insistido en aclarar–, está filmada con una sencilla cámara, con actores no profesionales, con un presupuesto corto, sin un guión cerrado…, pero con ideas muy claras respecto al objetivo final: “partiendo de hipótesis de ficción, transmitir emociones verdaderas”, tal como afirma el propio director.
La película se beneficia de la facilidad de palabra del napolitano Raffaele Pinto, (verdadero) profesor asociado extranjero de Filología Italiana de la Universidad de Barcelona. En sus clases dialoga con los estudiantes –bueno, en realidad sólo con las alumnas– sobre el papel de la musa en las creaciones del poeta, apoyándose en la relación Dante/Beatriz de “La Divina Comedia”. Raffaele está –realmente– casado con Rosa Delors Muns, con quien contrasta en casa sus opiniones sobre el amor y la relación profesor-alumna; unos diálogos divertidos que deben mucho a la gracia natural de Rosa.
Este punto de partida, fundamentalmente verídico, va dando pie a complicaciones y situaciones ficticias, donde cada no-actor se va posicionando y actuando según posturas “instigadas” por Guerín, por emplear el mismo verbo que él usó en la presentación a la prensa. Y la historia va creciendo, sin rigideces, con las aportaciones espontáneas de los personajes y al ritmo del latir artístico del director.
Guerín sitúa su pequeña cámara en clase, en el campo, en el cementerio delle Fontanelle de Nápoles…; y también detrás de una ventana o del parabrisas de un coche, para lograr esos buscados reflejos, imágenes virtuales no trucadas y metáforas de la ensoñación. Sus películas no tienen fácil distribución, porque no son comerciales –en el sentido habitual de la expresión–, pero son muy apreciadas por un sector del público interesado en un cine sin artificio, que le interpele sin manipularlo y le haga reflexionar. “La academia de las musas” cumple con creces esa aspiración y se erige como una de las cimas de su filmografía.
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