(JUAN JESÚS DE CÓZAR) Candidata al Óscar en la edición de 2014, esta simpática película libanesa nos deja un buen sabor de boca por su humanidad, sus entrañables personajes y el tono cómico casi siempre elegante de las escenas. Su fugaz paso por las carteleras españolas se compensa ahora con el reciente lanzamiento de la cinta en DVD.
El director de “Ghadi” es el libanés Amin Dora, que nos introduce en el barrio de Mshakkal, de la ciudad de Matroun. Allí ha vivido siempre Leba (Georges Khabbaz), joven profesor de música y hombre de gran bondad. Con su propia voz en off, visualizada a través de secuencias breves y divertidas, Leba va explicando al espectador detalles del vecindario, de su infancia y juventud, de su amor por Lara (Lara Rain)… Felizmente casado con ella, han tenido dos hijas y un hijo muy especial al que han llamado Ghadi. La familia adora a Ghadi, que nació con síndrome de Down, a pesar de los continuos chillidos que emite desde la ventana de su casa. No hay quien le haga callar y los vecinos, que están al borde de un ataque de nervios, deciden tomar cartas en el asunto y denunciar el tema al ayuntamiento. Algo tendrán que hacer Leba y Lara, porque para ellos Ghadi es un ángel… Claro, ¡un ángel!
El párrafo anterior puede dar idea al lector de los caminos que transita esta comedia costumbrista, que a pesar de su localismo logra una fácil empatía con el espectador siempre que éste acepte las claves del género: relato amable, humorístico e inverosímil; galería de personajes singulares, con muchos defectos y gran corazón; ligera crítica a la hipocresía social…
Teniendo en cuenta que la religión está por medio, algún sector del público podría juzgar determinados pasajes como irreverentes. Ciertamente, la fe de los habitantes del barrio tiene bastante de folclórica y milagrera, pero la religión es presentada como una realidad positiva y no como fuente de conflictos. De modo que, en mi opinión, la comicidad del guión sobre el hecho religioso debe entenderse sólo como un recurso cinematográfico sin segundas intenciones.
Las interpretaciones son estupendas, algo que resulta crucial en este tipo de comedias corales que se mueven en el filo de lo absurdo. Con una agradable banda sonora en la que está presente Mozart y un guión que fluye casi sin altibajos, “Ghadi” enfila la recta final provocando emociones legítimas y un buen puñado de sonrisas: 100 minutos que configuran una película verdaderamente humana.
El director de “Ghadi” es el libanés Amin Dora, que nos introduce en el barrio de Mshakkal, de la ciudad de Matroun. Allí ha vivido siempre Leba (Georges Khabbaz), joven profesor de música y hombre de gran bondad. Con su propia voz en off, visualizada a través de secuencias breves y divertidas, Leba va explicando al espectador detalles del vecindario, de su infancia y juventud, de su amor por Lara (Lara Rain)… Felizmente casado con ella, han tenido dos hijas y un hijo muy especial al que han llamado Ghadi. La familia adora a Ghadi, que nació con síndrome de Down, a pesar de los continuos chillidos que emite desde la ventana de su casa. No hay quien le haga callar y los vecinos, que están al borde de un ataque de nervios, deciden tomar cartas en el asunto y denunciar el tema al ayuntamiento. Algo tendrán que hacer Leba y Lara, porque para ellos Ghadi es un ángel… Claro, ¡un ángel!
El párrafo anterior puede dar idea al lector de los caminos que transita esta comedia costumbrista, que a pesar de su localismo logra una fácil empatía con el espectador siempre que éste acepte las claves del género: relato amable, humorístico e inverosímil; galería de personajes singulares, con muchos defectos y gran corazón; ligera crítica a la hipocresía social…
Teniendo en cuenta que la religión está por medio, algún sector del público podría juzgar determinados pasajes como irreverentes. Ciertamente, la fe de los habitantes del barrio tiene bastante de folclórica y milagrera, pero la religión es presentada como una realidad positiva y no como fuente de conflictos. De modo que, en mi opinión, la comicidad del guión sobre el hecho religioso debe entenderse sólo como un recurso cinematográfico sin segundas intenciones.
Las interpretaciones son estupendas, algo que resulta crucial en este tipo de comedias corales que se mueven en el filo de lo absurdo. Con una agradable banda sonora en la que está presente Mozart y un guión que fluye casi sin altibajos, “Ghadi” enfila la recta final provocando emociones legítimas y un buen puñado de sonrisas: 100 minutos que configuran una película verdaderamente humana.
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