(JUAN JESÚS DE CÓZAR) El francés Christian Moullec lleva más de 20 años trabajando en la observación y seguimiento de aves migratorias. Para sus investigaciones suele utilizar un ultraligero, pequeño avión modelo ala delta motorizado que no parece molestar a las aves ni perturbar su itinerario. Uno de sus logros fue establecer una nueva ruta migratoria para los gansos enanos, especie en extinción. Para contar cómo lo hizo, el cineasta, aventurero y escritor Nicolas Vanier ha rodado “Volando juntos”, película encantadora estrenada a finales de enero, con claros fines ecologistas y un enfoque muy alentador de la familia.
El protagonista de la historia es Thomas (Louis Vazquez) un chico de 14 años hijo de padres separados, que pasará unas semanas con su padre en las marismas de la Camarga, al sur de Francia. Thomas, un pijo en toda regla que vive pegado al móvil, se frustra a las primeras de cambio cuando comprueba que allí no hay cobertura para usar Internet: solo agua, animales… y mosquitos. Su padre, un científico idealista y caótico, ha proyectado un atrevido plan para crear una nueva ruta migratoria que frene la desaparición de los gansos enanos. Un proyecto en el que Thomas se implicará cada vez más, y que le convertirá en el auténtico héroe de una aventura tan arriesgada como apasionante.
Con resonancias al clásico literario “El maravilloso viaje de Nils Holgersson”, de Selma Lagerlöf, Vanier y su equipo de guionistas (entre ellos, el propio Moullec) han urdido una trama de carácter épico, con el objetivo de despertar la conciencia ecologista del público joven, resaltar la capacidad del ser humano para sobreponerse a las dificultades… y entretener. Desde el punto de vista técnico la cinta es un alarde, y regala al espectador unos planos impresionantes del paisaje y de las aves en vuelo junto al ultraligero. Seguramente haya algo de ‘truco’, pero indudablemente ha habido un importante trabajo preparatorio para lograr la convivencia entre los gansos y Thomas, a través del fenómeno de la impregnación, método que muchos conocimos con el visionado del documental “Nómadas del viento” (2001).
Quizá se enfatizan en exceso algunas secuencias a través de la música y la acción se estira demasiado, pero se puede entender lo costoso que debe ser para cualquier director descartar escenas rodadas con tanto esfuerzo y cariño. Estamos por tanto ante un filme descaradamente familiar, con un desenlace optimista que resulta incluso más positivo de lo que podría esperar el espectador. Y es que, para compensar la amargura de ciertas producciones, no vienen mal a veces unas dosis bien despachadas de ‘azúcar cinematográfico’.
El protagonista de la historia es Thomas (Louis Vazquez) un chico de 14 años hijo de padres separados, que pasará unas semanas con su padre en las marismas de la Camarga, al sur de Francia. Thomas, un pijo en toda regla que vive pegado al móvil, se frustra a las primeras de cambio cuando comprueba que allí no hay cobertura para usar Internet: solo agua, animales… y mosquitos. Su padre, un científico idealista y caótico, ha proyectado un atrevido plan para crear una nueva ruta migratoria que frene la desaparición de los gansos enanos. Un proyecto en el que Thomas se implicará cada vez más, y que le convertirá en el auténtico héroe de una aventura tan arriesgada como apasionante.
Con resonancias al clásico literario “El maravilloso viaje de Nils Holgersson”, de Selma Lagerlöf, Vanier y su equipo de guionistas (entre ellos, el propio Moullec) han urdido una trama de carácter épico, con el objetivo de despertar la conciencia ecologista del público joven, resaltar la capacidad del ser humano para sobreponerse a las dificultades… y entretener. Desde el punto de vista técnico la cinta es un alarde, y regala al espectador unos planos impresionantes del paisaje y de las aves en vuelo junto al ultraligero. Seguramente haya algo de ‘truco’, pero indudablemente ha habido un importante trabajo preparatorio para lograr la convivencia entre los gansos y Thomas, a través del fenómeno de la impregnación, método que muchos conocimos con el visionado del documental “Nómadas del viento” (2001).
Quizá se enfatizan en exceso algunas secuencias a través de la música y la acción se estira demasiado, pero se puede entender lo costoso que debe ser para cualquier director descartar escenas rodadas con tanto esfuerzo y cariño. Estamos por tanto ante un filme descaradamente familiar, con un desenlace optimista que resulta incluso más positivo de lo que podría esperar el espectador. Y es que, para compensar la amargura de ciertas producciones, no vienen mal a veces unas dosis bien despachadas de ‘azúcar cinematográfico’.
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