Jaume Figa, un seguidor de este blog, me envía por mail este anuncio de Thailandia. Es una historia preciosa, de amistad (entre un viejo y una muchacha), de amor a la música, de superación personal.
Al principio, vemos a una niña que contempla a un violinista vagabundo. El relato se centra en el sonido: los primeros acordes del Canon de Pachelbel, en tono bajo y apagado; los ruidos y bocinazos de la calle... Lo siguente es la voz gritona de su hermana: “¿Un pato que puede volar? ¿Y un muerto que toca el violín?”. Es lo que había escrito en una redacción: eran sus sueños, pero su hermana se los ha echado literalmente por tierra... Entonces descubrimos que la chica es sordomuda, y que –abatida por la crudeza del entorno– ha dejado el más hermoso de todos esos sueños: aprender a tocar el violín.
El viejo vagabundo, que debería estar de vuelta de todo, es quien enciende en ella la mecha de la ilusión. “¿Ya no tocas el violín?”, le pregunta por gestos; y ella baja la cabeza avergonzada. Más tarde, desahoga su pena con él: “¿¡Por qué soy diferente a los demás!?”. Y él responde, también con gestos: “¿Y por qué tienes que ser tú como los demás?”. En el silencio de la conversación sin palabras, el viejo le confía su paradójico secreto: “La música… es algo visible. Cierra tus ojos, y lo verás”.
Empieza entonces el Canon de Pachelbel, ahora con más alegría y vitalidad. Es lo que él tocaba, lo que ella –intuimos- aprendió antaño del vagabundo. Y vemos cómo crece su espíritu, y la música, y el afán de aprender. “Oímos” su mejora, su crecimiento, su lucha.
Esta historia de una sordomuda que aprende a tocar el violín -contra todo pronóstico, contra la lógica de los sentidos- es una enseñanza vital. Nos habla de abrir nuestro corazón a la esperanza, de creer que los sueños son posibles, y de luchar por conseguirlos con todas nuestras fuerzas. El amor mueve montañas. Y la fe también. Por eso, esa hermosa solidaridad entre los desvalidos –una sordomuda y un viejo de la calle– es el mejor espejo donde podemos mirarnos para aprender a vivir.
Por favor: enviadme más historias como ésta, y difundid este anuncio entre aquellos que puedan necesitar hoy un mensaje de esperanza.
Al principio, vemos a una niña que contempla a un violinista vagabundo. El relato se centra en el sonido: los primeros acordes del Canon de Pachelbel, en tono bajo y apagado; los ruidos y bocinazos de la calle... Lo siguente es la voz gritona de su hermana: “¿Un pato que puede volar? ¿Y un muerto que toca el violín?”. Es lo que había escrito en una redacción: eran sus sueños, pero su hermana se los ha echado literalmente por tierra... Entonces descubrimos que la chica es sordomuda, y que –abatida por la crudeza del entorno– ha dejado el más hermoso de todos esos sueños: aprender a tocar el violín.
El viejo vagabundo, que debería estar de vuelta de todo, es quien enciende en ella la mecha de la ilusión. “¿Ya no tocas el violín?”, le pregunta por gestos; y ella baja la cabeza avergonzada. Más tarde, desahoga su pena con él: “¿¡Por qué soy diferente a los demás!?”. Y él responde, también con gestos: “¿Y por qué tienes que ser tú como los demás?”. En el silencio de la conversación sin palabras, el viejo le confía su paradójico secreto: “La música… es algo visible. Cierra tus ojos, y lo verás”.
Empieza entonces el Canon de Pachelbel, ahora con más alegría y vitalidad. Es lo que él tocaba, lo que ella –intuimos- aprendió antaño del vagabundo. Y vemos cómo crece su espíritu, y la música, y el afán de aprender. “Oímos” su mejora, su crecimiento, su lucha.
Esta historia de una sordomuda que aprende a tocar el violín -contra todo pronóstico, contra la lógica de los sentidos- es una enseñanza vital. Nos habla de abrir nuestro corazón a la esperanza, de creer que los sueños son posibles, y de luchar por conseguirlos con todas nuestras fuerzas. El amor mueve montañas. Y la fe también. Por eso, esa hermosa solidaridad entre los desvalidos –una sordomuda y un viejo de la calle– es el mejor espejo donde podemos mirarnos para aprender a vivir.
Por favor: enviadme más historias como ésta, y difundid este anuncio entre aquellos que puedan necesitar hoy un mensaje de esperanza.
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