domingo, 28 de julio de 2013

La carreta vacía

«Caminaba despacio con mi padre, cuando él se detuvo en una curva y me preguntó: «Además del canto de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?». Agucé el oído y le respondí: «Oigo el ruido de una carreta». «Eso es —dijo mi padre—, una carreta, pero una carreta vacía». Pregunté a mi padre: «¿Cómo sabes que está vacía, si aún no la hemos visto?»

»Entonces mi padre respondió: «Es fácil saberlo, por el ruido. Cuanto más vacía va la carreta, más ruido hace».

»Me convertí en adulto, y ahora, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación, siendo inoportuna o arrogante, presumiendo de lo que tiene o de lo que es, mostrándose prepotente o menospreciando a los demás, tengo la impresión de oír de nuevo la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía va la carreta, mayor es el ruido que hace". La humildad hace callar a nuestras virtudes y permite a los demás descubrirlas, y nadie está mas vacío que quien está lleno de sí mismo

Es interesante el mensaje que nos deja de este viejo relato. Cuando imaginamos el paso de una carreta llena de carga, esforzada, silenciosa, un poco hundida por el peso que lleva, esa imagen nos transmite una sensación de plenitud y de silencio. Y algo parecido sucede con las personas. Hay vidas que están llenas de contenido, de esfuerzo y de sentido. Suelen ser vidas activas y luchadoras, pero hacen poco ruido. Son vidas que no cuadran con los alardes grandilocuentes de actividad, ni con los excesos de protagonismo personal, ni con el individualismo que suele delatar ocultas faltas de rectitud y de sentido de servicio.

Tengo el convencimiento de que la soberbia es la clave de casi todos los conflictos humanos. Formas de soberbia más o menos elaboradas, más primarias o más sutiles, pero siempre la soberbia está en la raíz de las actitudes que los provocan. En las personas más simples, se nota enseguida. En las más inteligentes, cuesta un poco más, pues con el tiempo van aprendiendo a disimularlo.

Cuando vemos que alrededor de una persona los conflictos tienden a enconarse, o que surgen distanciamientos o desencuentros tontos, o que a su alrededor los equipos humanos se desunen o se rompen, casi siempre está detrás ese empeño vanidoso e histriónico de la soberbia. Puede adoptar muchas formas, pero casi siempre son variantes de lo mismo: ese afán un tanto ridículo por dejar constancia del propio mérito, la susceptibilidad enfermiza que quien se siente agraviado constantemente por auténticas simplezas, las pugnas y desavenencias absurdas por una pequeña cuota de protagonismo personal, los agradecimientos exigidos y contabilizados. Todo eso suele estar tejido y comunicado por el correoso hilo de la soberbia, e identificado por la falta de calado y de silencio interior.

El que sabe, suele hablar poco; el que habla mucho, suele saber poco. El que profundiza en las cosas, suele hablar con prudencia y con mesura. Los que hablan a la ligera y hacen juicios precipitados sobre las personas o los asuntos, suelen hablar demasiado. Son personas que con su alma vacía hacen chirriar el ambiente en todo su entorno, como las carretas vacías. Y chirrían sobre todo porque les falta el aplomo de la verdad. Porque la verdad fastidia su constante búsqueda de la satisfacción personal, y eso no lo soportan. (Alfonso Aguiló)

5 comentarios:

  1. José Carlos Martín Palanca29 de julio de 2013, 18:57

    En ese orden de cosas, es evidente que las carretas vacías de cualquier contenido, como figura retórica, son esas series de tertulias y tertulianos que, cual cotorras enloquecidas, hablan de todo y saben de todo, amén de que opinan de todo.
    Pero, paradójicamente, es en ese contexto de aparente y diversa libertad de opinión en dónde se da una cierta unanimidad en torno a temas que se suscitan entre bastidores y, acto seguido, los intervinientes y esos que de todo saben y de todo entienden que son, por no generalizar, algunos periodistas, secundan dócilmente, aunque puedan existir aparentes "discrepancias".
    La realidad es que quiénes andan con sus criterios personales a cuesta, aunque sean contracorriente, mal van y mal vamos.
    Aquí, quien discrepa y va por libre, se hunde en el abismo del silencio -lo silencian- o lo proscriben.
    La carreta ruidosa es ostensiblemente huera y tan ligera de peso que, en un momento dado e inesperado, cualquier viento pueda hacerla caer y callar para siempre.
    Pero, como me decía un viejo amigo: "los lagos profundos son silenciosos".
    Hoy todo es cotorreo y saberlo todo de quiénes, al parecer, poseen bula para decir, opinar y cabrear al más flemático.

    ResponderEliminar
  2. José Carlos, estoy totalmente de acuerdo contigo. No lo podías haber expresado mejor. Gracias por tu aportación.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias Alfonso por este bonito texto cargado de sabiduría cotidiana.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. Gracias, Alvarcam. Siempre he pensado que lo bueno hay que compartirlo. Y eso es lo que hago.

    Feliz verano. Y un cordial saludo.

    ResponderEliminar
  5. Me ha gustado mucho el artículo.
    A veces, me encuentro con personas que como esa carreta vacía, habla y hablan buscando excusas o echando valores fuera ante lo que no marcha bien. Se eluden responsabilidades criticando sin construir.
    La carreta vacía me recuerda también a aquellos que no saben escuchar. Pienso que una manera que tenemos para no caer en la falta de reflexión es aprender a escuchar al otro evitando, mientras el otro sigue hablando, pensar qué respuesta voy a dar.

    Gracias por estos artículos que ayudan a reflexionar

    Mercedes ML

    ResponderEliminar