(JUAN JESÚS DE CÓZAR) “En 1939 la URSS y Alemania firmaron un pacto de no agresión. Solo una semana después comenzó la Segunda Guerra Mundial. En 1940 la Unión Soviética se anexiona Estonia y 55.000 ciudadanos estonios son movilizados por el Ejército Rojo. En 1941 Alemania ocupa Estonia durante cinco años y 72.000 ciudadanos estonios son movilizados por las fuerzas armadas alemanas. En 1944 el ejército soviético se presenta en las fronteras de Estonia.” Con esta información insertada en la pantalla comienza “1944”, una película estonia que fue candidata a los Oscars 2016 por su país y que llegará a nuestras salas de cine el próximo 1 de julio.
Elmo Nüganen, uno de los protagonistas de la excelente “Mandarinas” (2013), es el director de este film bélico que quiere recordar una vez más el sinsentido de la guerra. Y lo hace presentando los puntos de vista de unos soldados estonios condenados a combatir en bandos diferentes como involuntarios enemigos. “Esta no es nuestra guerra”, dice uno de ellos, mientras el espectador no puede dejar de pensar en dos de los individuos más perversos que ha contemplado el siglo XX: Stalin y Hitler.
Esta notable cinta coral combina las escenas bélicas –muy bien ambientadas y rodadas– con las reflexiones de los combatientes, sin dejar de apuntar también las dolorosas consecuencias del conflicto para la población civil. Pero si una guerra es capaz de sacar lo peor del ser humano, también es testigo de los comportamientos heroicos de personas corrientes, que muestran una lealtad a su conciencia a “prueba de bombas” y que arriesgan generosamente su vida por salvar las de otros. Es el caso de Karl Tammik (Kaspar Velberg) y de Jüri Jogi (Kristjan Üksküla), paisanos en ejércitos opuestos; este último es además protagonista de una delicada historia de amor.
Al final, los deseos de perdón y de paz quedan expresados mediante la voz en off y los acordes de un precioso Agnus Dei, porque “ninguna es nuestra guerra”. Y es que, como escribió San Juan Pablo II: “El diálogo, basado en sólidas leyes morales, facilita la solución de los conflictos y favorece el respeto de la vida, de toda vida humana. Por ello, el recurso a las armas para dirimir las controversias representa siempre una derrota de la razón y de la humanidad.”
Elmo Nüganen, uno de los protagonistas de la excelente “Mandarinas” (2013), es el director de este film bélico que quiere recordar una vez más el sinsentido de la guerra. Y lo hace presentando los puntos de vista de unos soldados estonios condenados a combatir en bandos diferentes como involuntarios enemigos. “Esta no es nuestra guerra”, dice uno de ellos, mientras el espectador no puede dejar de pensar en dos de los individuos más perversos que ha contemplado el siglo XX: Stalin y Hitler.
Esta notable cinta coral combina las escenas bélicas –muy bien ambientadas y rodadas– con las reflexiones de los combatientes, sin dejar de apuntar también las dolorosas consecuencias del conflicto para la población civil. Pero si una guerra es capaz de sacar lo peor del ser humano, también es testigo de los comportamientos heroicos de personas corrientes, que muestran una lealtad a su conciencia a “prueba de bombas” y que arriesgan generosamente su vida por salvar las de otros. Es el caso de Karl Tammik (Kaspar Velberg) y de Jüri Jogi (Kristjan Üksküla), paisanos en ejércitos opuestos; este último es además protagonista de una delicada historia de amor.
Al final, los deseos de perdón y de paz quedan expresados mediante la voz en off y los acordes de un precioso Agnus Dei, porque “ninguna es nuestra guerra”. Y es que, como escribió San Juan Pablo II: “El diálogo, basado en sólidas leyes morales, facilita la solución de los conflictos y favorece el respeto de la vida, de toda vida humana. Por ello, el recurso a las armas para dirimir las controversias representa siempre una derrota de la razón y de la humanidad.”
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