Hablábamos la semana pasada de que el héroe no nace: se forja en la dura prueba y en el esfuerzo por conseguir su misión. Ofrezco ahora la segunda parte de un interesante artículo de Mario López de Astea sobre esta cuestión, publicado hace unos días en Aceprensa.
La soledad caracteriza a muchos de los héroes modernos, incluido el héroe corriente, sin superpoderes, de Gran Torino. Precisamente esa película —junto con una multitud de ejemplos, como Arturo y Merlin, Frodo y Gandalf, Harry y Dumbledore, o los entrenadores de Rocky y The Karate Kid, con una nueva versión por estrenar—, muestra otro de los elementos característicos del superhéroe: la necesidad de un mentor que lo acompañe en su camino de forja y dé sentido a su misión en esta vida.
Cuando falta, el héroe parece desvalido —o herido— y sin norte, inclinado al error, incapaz de ajustarse a la misión para la que ha sido designado. Sucede con Spider-Man, con el último Batman, y hasta con Águila Roja y con todos los que pierden o rechazan la figura del mentor. Con la misión y los poderes especiales viene siempre —¿un guiño a la providencia o una simple casualidad?— el sabio, guerrero o hechicero que instruirá y enderezará al héroe. Cuando falta, como sucede con los modernos superhéroes de Heroes y, especialmente, en Los protegidos, se echa de menos en el desarrollo del personaje.
Quizá una de las mayores diferencias entre el héroe clásico y el moderno esté precisamente en el modo en que se forja el héroe: el paso del "para qué sirven" los superpoderes al más completo de "a quién sirven". En la actualidad, muchos superhéroes parecen haber perdido la noción de sacrificio y autodominio, se han convertido en "héroes absolutos": es el caso de Batman en The Dark Knight, que termina rechazado por su mentor y colaborador cuando rebasa el límite de lo ético, aunque sea por una buena causa. También es el caso de personajes como Iron Man o Ghost Rider, que transgreden todo tipo de normas cuando se trata de hacer justicia o, con mayor frecuencia, de ejecutar una venganza.
Justicia y venganza son dos referentes ambiguos para esos superhéroes que se saltan las normas morales por las que se rige la humanidad... para salvar a la humanidad. Es la tentación del atajo: soluciones fáciles y rápidas, sobre todo en cuestiones éticas, porque no queremos reflexionar (falta madurez). Y la tentación del apaño: viajar al pasado para corregir las consecuencias de nuestros actos, porque no queremos rectificar en el presente y asumir esos errores (falta responsabilidad).
En nuestra sociedad, que confunde a menudo la satisfacción del deseo con la afirmación personal o con una manifestación de independencia, el autodominio que debería caracterizar al superhéroe acaba mermado. Los "héroes absolutos", como el superhombre de Nietzsche, no conocen límites —poco queda de templanza en el moderno héroe de acción—; pero el héroe verdadero conoce el alcance de su misión y sabe que "con mayor poder viene una mayor responsabilidad".
La soledad caracteriza a muchos de los héroes modernos, incluido el héroe corriente, sin superpoderes, de Gran Torino. Precisamente esa película —junto con una multitud de ejemplos, como Arturo y Merlin, Frodo y Gandalf, Harry y Dumbledore, o los entrenadores de Rocky y The Karate Kid, con una nueva versión por estrenar—, muestra otro de los elementos característicos del superhéroe: la necesidad de un mentor que lo acompañe en su camino de forja y dé sentido a su misión en esta vida.
Cuando falta, el héroe parece desvalido —o herido— y sin norte, inclinado al error, incapaz de ajustarse a la misión para la que ha sido designado. Sucede con Spider-Man, con el último Batman, y hasta con Águila Roja y con todos los que pierden o rechazan la figura del mentor. Con la misión y los poderes especiales viene siempre —¿un guiño a la providencia o una simple casualidad?— el sabio, guerrero o hechicero que instruirá y enderezará al héroe. Cuando falta, como sucede con los modernos superhéroes de Heroes y, especialmente, en Los protegidos, se echa de menos en el desarrollo del personaje.
Quizá una de las mayores diferencias entre el héroe clásico y el moderno esté precisamente en el modo en que se forja el héroe: el paso del "para qué sirven" los superpoderes al más completo de "a quién sirven". En la actualidad, muchos superhéroes parecen haber perdido la noción de sacrificio y autodominio, se han convertido en "héroes absolutos": es el caso de Batman en The Dark Knight, que termina rechazado por su mentor y colaborador cuando rebasa el límite de lo ético, aunque sea por una buena causa. También es el caso de personajes como Iron Man o Ghost Rider, que transgreden todo tipo de normas cuando se trata de hacer justicia o, con mayor frecuencia, de ejecutar una venganza.
Justicia y venganza son dos referentes ambiguos para esos superhéroes que se saltan las normas morales por las que se rige la humanidad... para salvar a la humanidad. Es la tentación del atajo: soluciones fáciles y rápidas, sobre todo en cuestiones éticas, porque no queremos reflexionar (falta madurez). Y la tentación del apaño: viajar al pasado para corregir las consecuencias de nuestros actos, porque no queremos rectificar en el presente y asumir esos errores (falta responsabilidad).
En nuestra sociedad, que confunde a menudo la satisfacción del deseo con la afirmación personal o con una manifestación de independencia, el autodominio que debería caracterizar al superhéroe acaba mermado. Los "héroes absolutos", como el superhombre de Nietzsche, no conocen límites —poco queda de templanza en el moderno héroe de acción—; pero el héroe verdadero conoce el alcance de su misión y sabe que "con mayor poder viene una mayor responsabilidad".
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