miércoles, 27 de octubre de 2010

"Vivir para siempre": un filme sobre la familia, que reflexiona sobre el dolor y el sentido de la vida

Este viernes 29 de octubre llega a nuestras pantallas "Vivir para siempre", una gran película y una historia preciosa, llena de valores y sentimientos. Sin duda, uno de esos estrenos que merece la pena apoyar y difundir: el éxito del primer fin de semana marcará la pauta de su futura carrera. Os dejo con la mejor reseña previa, publicada por Jerónimo José Martín en Aceprensa.

Formado en la Universidad de Navarra y en la London Film School, Gustavo Ron (Madrid, 1972) debutó en 2006 con Mía Sarah, la última película de Fernando Fernán Gómez. En su segundo largometraje, rodado en inglés, ha pulido su estilo con un toque indie, fresco y desenfadado, característico de grandes tragicomedias recientes, como Pequeña Miss Sunshine o Juno.

A partir de la novela Ways to Live Forever (titulada en español Esto no es justo), de la inglesa Sally Nicholls, el guión del propio Ron relata las andanzas de Sam, un vitalista e imaginativo niño inglés de once años, que padece una grave leucemia, y al que los médicos ya han puesto fecha de caducidad. Sus padres y su hermano pequeño no saben muy bien qué hacer; pero Sam no pierde el ánimo, y escribe un diario y filma vídeos sobre sus vivencias cotidianas, con la ayuda de su abuela, de otro chaval con leucemia, de la terapeuta de ambos y de una chica que le gusta. En ese material, Sam y su amigo intentan encontrar respuestas a las grandes preguntas mientras disfrutan de la vida, convirtiendo en una aventura cada uno de los pocos momentos que les quedan, pues es muy larga su lista de cosas que hacer antes de morir.

Como en Mía Sarah, destacan la música (César Benito), el montaje (Juan Sánchez), la fotografía (Miguel P. Gilaberte) y las interpretaciones, especialmente las de los jovencísimos Robbie Kay y Alex Etel, que a pesar del estirón que ha dado conserva la inocencia y el carisma que mostró en el papel protagonista de Millones. Por su parte, la hipnótica puesta en escena permite el salto fluido de la comedia más hilarante al drama contenido, y de éste a la tragedia, con momentos de enorme emotividad.

Algunos quizá encuentren la película demasiado sentimental, pero otros agradecerán que ponga toda la carne en el asador cuando quiere hacer reír o llorar. Además, Vivir para siempre nunca se queda en los sentimientos: desarrolla una profunda reflexión, de clara inspiración cristiana, sobre el sentido de la vida, la muerte y el sufrimiento, así como una reivindicación de la alegría de vivir en las antípodas del hedonismo materialista y una exaltación de la familia como núcleo de solidaridad. En este sentido, cabe destacar el arco dramático del personaje del padre, desde su incómoda pasividad inicial hasta el conmovedor desenlace.



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