Desde sus orígenes, la publicidad se ha entendido vinculada al mundo de la producción económica: como un instrumento para incrementar las ventas de un producto o servicio.
Pero la publicidad ha sido también, en todas sus épocas, un poderoso agente de conformación social: ha proclamado ideales (en la propaganda y en la publicidad social de las ONGs), ha influido en las modas y en las corrientes estéticas, ha configurado un género artístico (el cartel publicitario) y promocionado a determinados artistas (Toulouse-Latrec, Alphonse Musha o Ramón Casas han pasado a la Historia del Arte por sus creaciones en el cartelismo publicitario) y, sobre todo, ha contribuido a difundir unos determinados valores y estilos de vida muy por encima de otros.
Pues bien. La tesis que voy a exponer en próximos artículos es que, en los últimos años, la Ética Publicitaria se ha centrado única y exclusivamente en la esfera económica de la publicidad: en la veracidad de lo que se afirme sobre los productos, en el respeto a otras empresas o competidores, etc. Siempre se ha movido en la esfera de lo económico. Pero de la esfera social, que hoy resulta casi más importante que la otra, la ética no se ha preocupado en absoluto. Nada señalan los Códigos publicitarios acerca de los valores que se proponen a la sociedad (la indirecta promoción de la anorexia -una verdadera lacra en la publicidad de moda-, la difusión del materialismo hedonista, la creación de necesidades falsas, etc.), cuando en otros ámbitos -el periodismo, la política, la sociedad- se está muy de acuerdo en los valores que se deben promocionar: la tolerancia, la democracia, la igualdad... Nada de eso se recoge en los Códigos Deontológicos Publicitarios.
Ciertamente, a fecha de hoy, hablar de "Publicidad y Valores" es hablar de una "ética olvidada". Al menos, en los manuales deontológicos y en los Códigos Éticos de la profesión.
¿Estáis de acuerdo conmigo?
Pero la publicidad ha sido también, en todas sus épocas, un poderoso agente de conformación social: ha proclamado ideales (en la propaganda y en la publicidad social de las ONGs), ha influido en las modas y en las corrientes estéticas, ha configurado un género artístico (el cartel publicitario) y promocionado a determinados artistas (Toulouse-Latrec, Alphonse Musha o Ramón Casas han pasado a la Historia del Arte por sus creaciones en el cartelismo publicitario) y, sobre todo, ha contribuido a difundir unos determinados valores y estilos de vida muy por encima de otros.
Pues bien. La tesis que voy a exponer en próximos artículos es que, en los últimos años, la Ética Publicitaria se ha centrado única y exclusivamente en la esfera económica de la publicidad: en la veracidad de lo que se afirme sobre los productos, en el respeto a otras empresas o competidores, etc. Siempre se ha movido en la esfera de lo económico. Pero de la esfera social, que hoy resulta casi más importante que la otra, la ética no se ha preocupado en absoluto. Nada señalan los Códigos publicitarios acerca de los valores que se proponen a la sociedad (la indirecta promoción de la anorexia -una verdadera lacra en la publicidad de moda-, la difusión del materialismo hedonista, la creación de necesidades falsas, etc.), cuando en otros ámbitos -el periodismo, la política, la sociedad- se está muy de acuerdo en los valores que se deben promocionar: la tolerancia, la democracia, la igualdad... Nada de eso se recoge en los Códigos Deontológicos Publicitarios.
Ciertamente, a fecha de hoy, hablar de "Publicidad y Valores" es hablar de una "ética olvidada". Al menos, en los manuales deontológicos y en los Códigos Éticos de la profesión.
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