Hace unas semanas, la industria del cine celebró su fiesta más importante, la entrega de los Oscar. Las revistas se llenaron de información sobre las mejores películas y actores, pero sobre todo de fotos, muchas fotos de los modelos que vestían las estrellas. Sin embargo, el papel de la moda en el cine no se reduce a los vestidos de la alfombra roja: el vestuario cumple una función narrativa fundamental en las películas.
El vestuario ayuda a contextualizar una película y aporta credibilidad a la ficción. Es lo que ocurre, por ejemplo, en películas históricas como Orgullo y prejuicio, basada en la obra de Jane Austen, o Vatel (Roland Joffé, 2000), que cuenta la historia del cocinero de Luis XIV. El vestuario también nos proporciona información sobre los personajes y, como apunta Diana Celeste en su libro Moda y cine,“es un signo, pues desempeña la función social de indicar la edad, el sexo, el papel, la profesión, etc. En la ficción escénica y fílmica, las funciones del vestuario se enfatizan para convertirse en el vehículo inmediato de la información relativa al carácter de los personajes”.
Reflejo de las aspiraciones sociales
Más allá de su función documental, el vestuario es un vehículo para reflejar los cambios o las aspiraciones de algunas clases sociales. Es el caso de la película Armas de mujer (Mike Nichols, 1988: ver imagen arriba). En plena década de los ochenta, con el eco de la crisis del petróleo a lo lejos y en una sociedad en la que abundaban los yuppies y las mujeres empezaban a tener un papel más importante en el mercado laboral, Melanie Griffith es una secretaria de origen humilde pero ambiciosa, que trabaja muy duro para alcanzar un puesto mejor. Griffith, que viste minifaldas, chaquetas con hombreras y una gran melena rubia cardada, trabaja para Sigourney Weaver, una mujer que ha alcanzado un puesto ocupado en aquella época por hombres y que tiene un look andrógino, incluso masculino, y viste siempre trajes sastre.
En la película, el vestuario tiene una entidad propia: las hombreras, estampados chillones, chaquetas vaqueras y gabardinas XXL no solo nos sitúan en la década de los ochenta, sino que son un apoyo para mostrar el carácter de los personajes, el cambio social que se está produciendo, el nuevo papel de la mujer y los enfrentamientos y ambiciones en el mundo de las grandes empresas. “Somos un equipo y como tal llevamos un uniforme. Sencillo, elegante, impecable”. Y cita a Coco Chanel: “Si vas mal vestida, se fijan en la ropa. Si vas impecable, se fijan en la mujer”.
Tess, el personaje de Melanie Griffith, cree que su jefa la toma en serio porque es mujer. Pero pronto descubre que su jefa está preparando un importante plan de negocio basado en un informe que ella preparó y que su superior desechó aduciendo que no tenía interés. Cuando su jefa se va de vacaciones, Griffith usurpa su puesto, adoptando también su vestuario, para llevar a cabo el plan por su cuenta. Entonces olvida las joyas y se corta el pelo. Al ver su nuevo aspecto, piensa “Es sencillo, elegante, y aun así da una impresión bien clara: la de una mujer segura, audaz, que no teme llamar la atención. Y luego les sorprendes con tu inteligencia”. Y así ocurre en la fiesta en la que conoce a Trainer (Harrison Ford) y donde todas las mujeres llevan chaqueta, falda y gafas. Ella aparece hasta con abrigo de visón y él dice: “Es la primera mujer que veo aquí que se viste como una mujer, no como una mujer cree que se vestiría un hombre si fuera mujer”.
Un elemento narrativo propio
Además de ayudar a contextualizar y dar entidad propia a los personajes o grupos sociales, el vestuario actúa muchas veces como un elemento narrativo propio en el cine de la posmodernidad. En la película María Antonieta (Sofia Coppola, 2006), la directora –especializada en el universo femenino adolescente– combina la descripción del Antiguo Régimen con una mirada contemporánea sobre el universo y las sensaciones de los personajes.
Coppola quiere presentarnos a una María Antonieta adolescente a la que le quedan muy grandes sus responsabilidades y que ha construido un universo imaginario en el que se recluye y que a su vez está dentro de otro mundo (la corte de Luis XVI) que vive de espaldas a la realidad y donde las miserias del pueblo y la revolución no existen. A la directora no le interesa tanto mostrar la reflexión histórica como el sentimiento adolescente de María Antonieta, en el que todo tiene colores pasteles, suena música de grupos modernos y la estética es la de un videoclip.
El resultado es una zapatilla ConverseAllStar (símbolo asumido de lo teen) en la corte de Luis XVI, que está relacionada con los sentimientos de la reina adolescente. La escena sucede cuando María Antonieta está con sus amigas jugando a las cartas y comiendo pasteles. Reciben a un diseñador que les muestra los nuevos vestidos, calzado y peinados que causarán furor en la corte del siglo XVIII y allí, entre decenas de pares de zapatos, aparecen estas zapatillas deportivas.
El vestuario, por tanto, va mucho más allá de lo bonito que sea un traje o quién lo haya diseñado. Moda y cine, como dice Patricia Calefato, “son dos mecanismos de producción de sentido, dos formas visuales, dos discursos sociales, relacionados con la forma, con el estilo y con la ejecución en lo que se refiere a su materia y con el tiempo, el espacio, el cuerpo, por lo que respecta a sus contenidos, sus fruiciones, su resistencia como instituciones”.
El vestuario ayuda a contextualizar una película y aporta credibilidad a la ficción. Es lo que ocurre, por ejemplo, en películas históricas como Orgullo y prejuicio, basada en la obra de Jane Austen, o Vatel (Roland Joffé, 2000), que cuenta la historia del cocinero de Luis XIV. El vestuario también nos proporciona información sobre los personajes y, como apunta Diana Celeste en su libro Moda y cine,“es un signo, pues desempeña la función social de indicar la edad, el sexo, el papel, la profesión, etc. En la ficción escénica y fílmica, las funciones del vestuario se enfatizan para convertirse en el vehículo inmediato de la información relativa al carácter de los personajes”.
Reflejo de las aspiraciones sociales
Más allá de su función documental, el vestuario es un vehículo para reflejar los cambios o las aspiraciones de algunas clases sociales. Es el caso de la película Armas de mujer (Mike Nichols, 1988: ver imagen arriba). En plena década de los ochenta, con el eco de la crisis del petróleo a lo lejos y en una sociedad en la que abundaban los yuppies y las mujeres empezaban a tener un papel más importante en el mercado laboral, Melanie Griffith es una secretaria de origen humilde pero ambiciosa, que trabaja muy duro para alcanzar un puesto mejor. Griffith, que viste minifaldas, chaquetas con hombreras y una gran melena rubia cardada, trabaja para Sigourney Weaver, una mujer que ha alcanzado un puesto ocupado en aquella época por hombres y que tiene un look andrógino, incluso masculino, y viste siempre trajes sastre.
En la película, el vestuario tiene una entidad propia: las hombreras, estampados chillones, chaquetas vaqueras y gabardinas XXL no solo nos sitúan en la década de los ochenta, sino que son un apoyo para mostrar el carácter de los personajes, el cambio social que se está produciendo, el nuevo papel de la mujer y los enfrentamientos y ambiciones en el mundo de las grandes empresas. “Somos un equipo y como tal llevamos un uniforme. Sencillo, elegante, impecable”. Y cita a Coco Chanel: “Si vas mal vestida, se fijan en la ropa. Si vas impecable, se fijan en la mujer”.
Tess, el personaje de Melanie Griffith, cree que su jefa la toma en serio porque es mujer. Pero pronto descubre que su jefa está preparando un importante plan de negocio basado en un informe que ella preparó y que su superior desechó aduciendo que no tenía interés. Cuando su jefa se va de vacaciones, Griffith usurpa su puesto, adoptando también su vestuario, para llevar a cabo el plan por su cuenta. Entonces olvida las joyas y se corta el pelo. Al ver su nuevo aspecto, piensa “Es sencillo, elegante, y aun así da una impresión bien clara: la de una mujer segura, audaz, que no teme llamar la atención. Y luego les sorprendes con tu inteligencia”. Y así ocurre en la fiesta en la que conoce a Trainer (Harrison Ford) y donde todas las mujeres llevan chaqueta, falda y gafas. Ella aparece hasta con abrigo de visón y él dice: “Es la primera mujer que veo aquí que se viste como una mujer, no como una mujer cree que se vestiría un hombre si fuera mujer”.
Un elemento narrativo propio
Además de ayudar a contextualizar y dar entidad propia a los personajes o grupos sociales, el vestuario actúa muchas veces como un elemento narrativo propio en el cine de la posmodernidad. En la película María Antonieta (Sofia Coppola, 2006), la directora –especializada en el universo femenino adolescente– combina la descripción del Antiguo Régimen con una mirada contemporánea sobre el universo y las sensaciones de los personajes.
Coppola quiere presentarnos a una María Antonieta adolescente a la que le quedan muy grandes sus responsabilidades y que ha construido un universo imaginario en el que se recluye y que a su vez está dentro de otro mundo (la corte de Luis XVI) que vive de espaldas a la realidad y donde las miserias del pueblo y la revolución no existen. A la directora no le interesa tanto mostrar la reflexión histórica como el sentimiento adolescente de María Antonieta, en el que todo tiene colores pasteles, suena música de grupos modernos y la estética es la de un videoclip.
El resultado es una zapatilla ConverseAllStar (símbolo asumido de lo teen) en la corte de Luis XVI, que está relacionada con los sentimientos de la reina adolescente. La escena sucede cuando María Antonieta está con sus amigas jugando a las cartas y comiendo pasteles. Reciben a un diseñador que les muestra los nuevos vestidos, calzado y peinados que causarán furor en la corte del siglo XVIII y allí, entre decenas de pares de zapatos, aparecen estas zapatillas deportivas.
El vestuario, por tanto, va mucho más allá de lo bonito que sea un traje o quién lo haya diseñado. Moda y cine, como dice Patricia Calefato, “son dos mecanismos de producción de sentido, dos formas visuales, dos discursos sociales, relacionados con la forma, con el estilo y con la ejecución en lo que se refiere a su materia y con el tiempo, el espacio, el cuerpo, por lo que respecta a sus contenidos, sus fruiciones, su resistencia como instituciones”.
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