IKEA ha lanzado un magnífico spot que nos habla de la familia y de cómo educamos a nuestros hijos. En esto sigue la estela de las grandes marcas (Coca-Cola, Danone, etc.) que han decidido apostar por los valores en sus mensajes publicitarios.
Y, como el negocio de IKEA son muebles para el hogar, ¿qué mejor apuesta que el hogar como centro de la familia y de la educación?
El anuncio arranca de una escena muy cotidiana. Un padre y su hijo están viendo la televisión mientras ambos toman chucherías. Una estadística que sale en el informativo cambia la cara del padre: “Los niños aprenden lo que ven; y, sobre todo, lo que ven en el hogar”. Acto seguido, el padre se recompone en el sofá –estaba echado de cualquier manera– y trata de arrebatar los chuches de su hijo. Empieza entonces una cascada de escenas familiares en las que los padres se ven superados por las circunstancias: la hija masca chicle porque ve hacerlo a su madre, el hijo se rasca el trasero porque su tosco padre también lo hace, y todos se pasan horas en Internet porque los padres son los primeros en estar enganchados. En cada escena descubrimos el rostro avergonzado de un adulto que no logra mudar sus malas costumbres tan rápidamente como quisiera.
Esto debería conducir al desánimo, a la sensación de que nunca sabremos educarles bien. Todo lo contrario. El anuncio termina con una inyección de optimismo: nos hace ver que no hace falta ser unos padres modélicos para poder educar, ni hace falta leer manuales o acudir a sesiones de terapia colectiva. Basta una sola cosa: el amor, el amor de unos padres que anteponen sus hijos a todo lo personal. Un amor que los hijos descubren muchas veces cada día, y que les ayuda a distinguir, en las acciones de sus padres, las cosas que deben imitar de las que deben obviar (y aprender a disculpar).
De ahí el lema final: “Nada como el hogar para amueblarnos la cabeza”. En casa –y no en el Instituto ni en programas de buena ciudadanía– es donde deben amueblarse las cabezas de nuestros hijos. En casa es donde aprendemos, enseñamos, compartimos y queremos. Nuestra casa es el centro de la familia y el centro de la educación de los hijos. Amueblémosla bien. Con orden, con buen gusto… y con cariño.
Y, como el negocio de IKEA son muebles para el hogar, ¿qué mejor apuesta que el hogar como centro de la familia y de la educación?
El anuncio arranca de una escena muy cotidiana. Un padre y su hijo están viendo la televisión mientras ambos toman chucherías. Una estadística que sale en el informativo cambia la cara del padre: “Los niños aprenden lo que ven; y, sobre todo, lo que ven en el hogar”. Acto seguido, el padre se recompone en el sofá –estaba echado de cualquier manera– y trata de arrebatar los chuches de su hijo. Empieza entonces una cascada de escenas familiares en las que los padres se ven superados por las circunstancias: la hija masca chicle porque ve hacerlo a su madre, el hijo se rasca el trasero porque su tosco padre también lo hace, y todos se pasan horas en Internet porque los padres son los primeros en estar enganchados. En cada escena descubrimos el rostro avergonzado de un adulto que no logra mudar sus malas costumbres tan rápidamente como quisiera.
Esto debería conducir al desánimo, a la sensación de que nunca sabremos educarles bien. Todo lo contrario. El anuncio termina con una inyección de optimismo: nos hace ver que no hace falta ser unos padres modélicos para poder educar, ni hace falta leer manuales o acudir a sesiones de terapia colectiva. Basta una sola cosa: el amor, el amor de unos padres que anteponen sus hijos a todo lo personal. Un amor que los hijos descubren muchas veces cada día, y que les ayuda a distinguir, en las acciones de sus padres, las cosas que deben imitar de las que deben obviar (y aprender a disculpar).
De ahí el lema final: “Nada como el hogar para amueblarnos la cabeza”. En casa –y no en el Instituto ni en programas de buena ciudadanía– es donde deben amueblarse las cabezas de nuestros hijos. En casa es donde aprendemos, enseñamos, compartimos y queremos. Nuestra casa es el centro de la familia y el centro de la educación de los hijos. Amueblémosla bien. Con orden, con buen gusto… y con cariño.
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