(JUAN JESÚS DE COZAR).- Mohammed Assaf nació en Libia en 1989, pero a los cuatro años se trasladó junto a su familia al campo de refugiados Khan Younis, en la Franja de Gaza. Cantante de bodas en su adolescencia, su pasión por la música y su gran voz le permitieron alcanzar un sueño aparentemente imposible para un palestino de Gaza: participar en Beirut en el Arab Idol, un concurso similar a nuestra Operación Triunfo. La “hazaña” de Assaf, plagada de dificultades, merecía ser llevada a la gran pantalla y eso es lo que ha hecho Hany Abu-Assadal, un reconocido director de cine palestino con ciudadanía israelí que cuenta con dos filmes nominados a los Oscar: “Paradise Now” (2005) y “Omar” (2013).
Estrenada en España hace unos días, la película se mueve entre el realismo y el cuento de hadas, pero predominando siempre lo emocional sobre lo reinvidicativo. El director no oculta su intención de tocar la fibra del espectador desde los primeros minutos, contándonos algunos episodios familiares y la relación con sus amigos de la infancia, a través de unas escenas llenas de encanto y de inocencia. A la vez, no deja de mostrarnos las duras condiciones de vida de los habitantes de Gaza, y –años después– la devastación producida por la operación militar israelí “Plomo Fundido”, que destruyó miles de viviendas entre diciembre de 2008 y enero de 2009.
A lo largo de sus 100 minutos vemos desfilar una galería de bondadosos personajes que, directa o indirectamente, ayudaron a Assaf en su camino: sus padres, su hermana, un comprensivo funcionario, un generoso concursante palestino… Con estos apoyos y su firme determinación, Assaf no sólo persevera en su propósito sino que logra arrastrar a los habitantes de Gaza hacia una suerte de entusiasmo colectivo, uniéndolos a través de la música y de su simpatía. En este sentido, resultan elocuentes las imágenes de archivo que introduce el realizador sobre el seguimiento popular del concurso.
Tawfeek Barhom hace un buen trabajo encarnando al joven Assaf. Entre los secundarios resaltaría la presencia de Nadine Labaki, una actriz y directora libanesa cristiana, que compone un pequeño pero importante papel, y a la que vemos santiguarse en un momento dado: un detalle no superfluo en la línea del entendimiento entre unos pueblos tan necesitados de convivir en paz.
Estrenada en España hace unos días, la película se mueve entre el realismo y el cuento de hadas, pero predominando siempre lo emocional sobre lo reinvidicativo. El director no oculta su intención de tocar la fibra del espectador desde los primeros minutos, contándonos algunos episodios familiares y la relación con sus amigos de la infancia, a través de unas escenas llenas de encanto y de inocencia. A la vez, no deja de mostrarnos las duras condiciones de vida de los habitantes de Gaza, y –años después– la devastación producida por la operación militar israelí “Plomo Fundido”, que destruyó miles de viviendas entre diciembre de 2008 y enero de 2009.
A lo largo de sus 100 minutos vemos desfilar una galería de bondadosos personajes que, directa o indirectamente, ayudaron a Assaf en su camino: sus padres, su hermana, un comprensivo funcionario, un generoso concursante palestino… Con estos apoyos y su firme determinación, Assaf no sólo persevera en su propósito sino que logra arrastrar a los habitantes de Gaza hacia una suerte de entusiasmo colectivo, uniéndolos a través de la música y de su simpatía. En este sentido, resultan elocuentes las imágenes de archivo que introduce el realizador sobre el seguimiento popular del concurso.
Tawfeek Barhom hace un buen trabajo encarnando al joven Assaf. Entre los secundarios resaltaría la presencia de Nadine Labaki, una actriz y directora libanesa cristiana, que compone un pequeño pero importante papel, y a la que vemos santiguarse en un momento dado: un detalle no superfluo en la línea del entendimiento entre unos pueblos tan necesitados de convivir en paz.
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