Con un montón de premios y nominaciones a su espalda (la última, esta semana: opta a la Mejor Opera Prima en la European Films Award), “Verano 1993” ha vuelto a la gran pantalla: la reponen salas grandes y pequeñas y diversas Filmotecas españolas. Sin duda, sigue siendo el film de moda.
(JUAN JESÚS DE CÓZAR) Será difícil que esta pequeña joya cinéfila cercana al cinéma vérité logre entrar en la selecta lista de las 5 cintas nominadas al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, pero pienso que la mayoría de los críticos españoles nos alegramos de la decisión. La terna preseleccionada por la Academia de Cine la completaban “Abracadabra” (Pablo Berger) y “1898. Los últimos de Filipinas” (Salvador Calvo).
Con un presupuesto de 960.000 euros –las otras dos candidatas invirtieron 5 y 6 millones, respectivamente–, la directora catalana Carla Simón desborda sensibilidad en su primer largo y deja que su alma de niña dirija la cámara. Porque lo que nos cuenta es su propia vida: los rasguños de su corazón, sus temores, sus desconciertos, sus celos infantiles… Pero, sobre todo, su imperioso anhelo de ser querida tras la muerte de sus padres en 1993, cuando ella tenía 6 años.
El verano de ese año Frida (Laia Artigas) se traslada a vivir con sus tíos, Esteve (David Verdaguer) yMarga (Bruna Cusí), que tienen una hija de 4 años (Paula Robles). Frida sabe que sus padres sufrieron una extraña enfermedad, que su madre está en el cielo y que debe rezar cada noche un Padrenuestro. Poco más le han contado sus abuelos (Isabel Rocatti y Fermí Reixach). Escasas piezas que no sabe cómo encajar en el volcán interior de unos sentimientos con los que ni ella misma se aclara, y que el espectador contempla con inquietud e incertidumbre.
Una historia tan delicada necesitaba unas opciones narrativas específicas para dotar a las escenas de una gran sinceridad. Y Simón acierta al elegir para su película un sobrio estilo documental, con un inteligente uso de la cámara al hombro –esas secuencias en segundo plano mientras contemplamos el rostro apagado de Frida– y una fotografía naturalista, que ponen el marco a unas interpretaciones que merecen comentario aparte.
Los actores adultos están muy bien, pero ¿cómo se dirige a unas niñas de 6 y 4 años? Porque a esas edades difícilmente se actúa: más bien se juega. Y entendemos que el rodaje habrá precisado de muchas horas de filmación en busca de la mayor naturalidad. Pues bien, el resultado que logra la directora es prodigioso y la pequeña Laia Artigas está inmensa.
Premiado como Mejor Primer Film en el pasado Festival de Berlín y galardonado en otros muchos festivales, “Verano 1993” se estrenó con éxito el pasado 30 de junio y aún sigue en la cartelera de nuestro país. Que sea por mucho tiempo.
(JUAN JESÚS DE CÓZAR) Será difícil que esta pequeña joya cinéfila cercana al cinéma vérité logre entrar en la selecta lista de las 5 cintas nominadas al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, pero pienso que la mayoría de los críticos españoles nos alegramos de la decisión. La terna preseleccionada por la Academia de Cine la completaban “Abracadabra” (Pablo Berger) y “1898. Los últimos de Filipinas” (Salvador Calvo).
Con un presupuesto de 960.000 euros –las otras dos candidatas invirtieron 5 y 6 millones, respectivamente–, la directora catalana Carla Simón desborda sensibilidad en su primer largo y deja que su alma de niña dirija la cámara. Porque lo que nos cuenta es su propia vida: los rasguños de su corazón, sus temores, sus desconciertos, sus celos infantiles… Pero, sobre todo, su imperioso anhelo de ser querida tras la muerte de sus padres en 1993, cuando ella tenía 6 años.
El verano de ese año Frida (Laia Artigas) se traslada a vivir con sus tíos, Esteve (David Verdaguer) yMarga (Bruna Cusí), que tienen una hija de 4 años (Paula Robles). Frida sabe que sus padres sufrieron una extraña enfermedad, que su madre está en el cielo y que debe rezar cada noche un Padrenuestro. Poco más le han contado sus abuelos (Isabel Rocatti y Fermí Reixach). Escasas piezas que no sabe cómo encajar en el volcán interior de unos sentimientos con los que ni ella misma se aclara, y que el espectador contempla con inquietud e incertidumbre.
Una historia tan delicada necesitaba unas opciones narrativas específicas para dotar a las escenas de una gran sinceridad. Y Simón acierta al elegir para su película un sobrio estilo documental, con un inteligente uso de la cámara al hombro –esas secuencias en segundo plano mientras contemplamos el rostro apagado de Frida– y una fotografía naturalista, que ponen el marco a unas interpretaciones que merecen comentario aparte.
Los actores adultos están muy bien, pero ¿cómo se dirige a unas niñas de 6 y 4 años? Porque a esas edades difícilmente se actúa: más bien se juega. Y entendemos que el rodaje habrá precisado de muchas horas de filmación en busca de la mayor naturalidad. Pues bien, el resultado que logra la directora es prodigioso y la pequeña Laia Artigas está inmensa.
Premiado como Mejor Primer Film en el pasado Festival de Berlín y galardonado en otros muchos festivales, “Verano 1993” se estrenó con éxito el pasado 30 de junio y aún sigue en la cartelera de nuestro país. Que sea por mucho tiempo.
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