Todos los rasgos que identifican a los Studio Ghibli en sus producciones están presente en “Arrietty y el mundo de los diminutos”, película de animación firmada por Hiromasa Yonebayashi y con guión del mismo Hayao Miyazaki (co-escrito con Keiko Niwa).
Su protagonista es Arrietty, pequeña por estatura -sólo mide 10 centímetros- y también por ser una adolescente que comienza sus incursiones en el mundo de los humanos bajo la mirada atenta de sus padres. Cuando un día es vista accidentalmente por Shô, un muchacho de buen pero delicado corazón, aumenta el peligro para estos diminutos que luchan a diario por evitar su extinción, y se hace necesario emprender una nueva aventura de supervivencia. Será una odisea no exenta de épica porque se trata de seguir viviendo y Arrietty demuestra ser una auténtica heroína, pero también porque hay que recuperar unos afectos perdidos que han dejado un dolor mortal en el corazón.
Con Arrietty nos asomamos a un mundo mágico lleno de dulzura e inocencia, y con ella asistimos al despertar a la madurez de quien mira a la vida con alegría y espíritu de aventura (con un tono positivo y una óptica de iniciación que se mantienen durante toda la cinta). No hay en los ojos de Arrietty el miedo que se percibe en sus padres ni la tristeza de Shô, como tampoco la mezquindad de la criada del caserón ni el espíritu solitario del “incursor” primitivo. En ella todo es jovialidad, espontaneidad y ganas de vivir… y esos sentimientos se contagian alrededor e invaden las luminosas atmósferas de la película, gracias a los tonos vivos y cálidos de color y a unas hermosas canciones e interpretaciones de Cécile Corbel con el arpa.
Encontramos también un dibujo virtuoso que sabe extraer del rostro de Arrietty las primeras impresiones de asombro al descubrir la cocina inmensa o que siente el rubor al ser vista por el humano y sonrojársele las mejillas; que contempla los distintos andares de una madre nerviosa, de una hija jovial o de un Shô triste y pesaroso; o que atiende a los mil detalles del entorno, recogidos con preciosismo y minuciosidad (la pinza para recoger el pelo, el alfiler-espada y los muebles de la casa de muñecas, cada puchero y cada flor…. son una obra de arte de dibujo y color).
En suma, una deliciosa película para la vista y para el corazón, impecable en su historia y realización, que encantará a quienes les guste la animación de Ghibli y las historias llenas humanidad.
Julio R. Chico (La mirada de Ulises)
Su protagonista es Arrietty, pequeña por estatura -sólo mide 10 centímetros- y también por ser una adolescente que comienza sus incursiones en el mundo de los humanos bajo la mirada atenta de sus padres. Cuando un día es vista accidentalmente por Shô, un muchacho de buen pero delicado corazón, aumenta el peligro para estos diminutos que luchan a diario por evitar su extinción, y se hace necesario emprender una nueva aventura de supervivencia. Será una odisea no exenta de épica porque se trata de seguir viviendo y Arrietty demuestra ser una auténtica heroína, pero también porque hay que recuperar unos afectos perdidos que han dejado un dolor mortal en el corazón.
Con Arrietty nos asomamos a un mundo mágico lleno de dulzura e inocencia, y con ella asistimos al despertar a la madurez de quien mira a la vida con alegría y espíritu de aventura (con un tono positivo y una óptica de iniciación que se mantienen durante toda la cinta). No hay en los ojos de Arrietty el miedo que se percibe en sus padres ni la tristeza de Shô, como tampoco la mezquindad de la criada del caserón ni el espíritu solitario del “incursor” primitivo. En ella todo es jovialidad, espontaneidad y ganas de vivir… y esos sentimientos se contagian alrededor e invaden las luminosas atmósferas de la película, gracias a los tonos vivos y cálidos de color y a unas hermosas canciones e interpretaciones de Cécile Corbel con el arpa.
Encontramos también un dibujo virtuoso que sabe extraer del rostro de Arrietty las primeras impresiones de asombro al descubrir la cocina inmensa o que siente el rubor al ser vista por el humano y sonrojársele las mejillas; que contempla los distintos andares de una madre nerviosa, de una hija jovial o de un Shô triste y pesaroso; o que atiende a los mil detalles del entorno, recogidos con preciosismo y minuciosidad (la pinza para recoger el pelo, el alfiler-espada y los muebles de la casa de muñecas, cada puchero y cada flor…. son una obra de arte de dibujo y color).
En suma, una deliciosa película para la vista y para el corazón, impecable en su historia y realización, que encantará a quienes les guste la animación de Ghibli y las historias llenas humanidad.
Julio R. Chico (La mirada de Ulises)
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